Víctor Orozco nos ha entregado en estos difíciles días una obra de singular importancia, “Ignacio Orozco Sandoval, la gesta de un republicano olvidado”. Esa cualidad la cumple con su oficio de historiador consagrado, con alto grado de erudición y con reconocimiento a los faltantes que siempre se quedan en una investigación, mas no siempre se subrayan por los autores en un ejercicio pedante de dar por agotado un tema, cerrada una indagatoria y cosas por el estilo, que en este caso afortunadamente están ausentes en este volumen y que sólo por un eufemismo podemos decir que aún tiene el olor de la tinta fresca porque circula en versión electrónica a través de Amazon.

Lo primero que me sorprendió de su lectura es que teniendo en nuestra propia historia hombres de la estatura de Ignacio Orozco Sandoval no nos demos cabal cuenta que no ocupan un lugar en nuestra vida cívica. Es un personaje poliédrico, de novela histórica y digno de que su vida la tomara algún productor o director de cine para llevarla a la pantalla. 

En esa dirección, pero desde la ciencia de la historia, el texto de Víctor Orozco cumple a cabalidad su empeño: lo saca del olvido, lo recupera y lo recrea en el mejor sentido de esta última palabra. Por el autor ahora sabemos que tenemos en nuestra historia a un grande, perdido, pero igual que las semillas que se ofrendaron para el viaje post mortem en las tumbas de los faraones, tan pronto se pusieron en sitio propicio germinaron en todo su esplendor.

Ya no tendremos la justificación de la ignorancia: Víctor escudriñó archivos, epistolarios, envejecidos periódicos y documentos sin fin y nos los presenta con su enorme estatura, sorprendente, y dándonos noticia de cómo fueron los primeros chihuahuenses.

Don Ignacio Orozco Sandoval es una vida siempre cabalgando en momentos de cambio y de viraje. Aparte de buen jinete, que lo fue, siempre estuvo como político y militar montado entre épocas: nace durante la Colonia en la Nueva Vizcaya y es, a la vez, ciudadano de una república y de una de sus partes de la frágil Unión, siempre amenazada por problemas innumerables, endémicos. Hombre de las riberas del Papigochi, tuvo por mérito que ningún hecho histórico en su vida, hasta la República restaurada por Juárez y los liberales, le fue extraño. En ellos participó con su lanza, su espada, su pluma y su voz. 

Para las condiciones de su época casi parece un ser ubicuo por su presencia, su acción permanente y sus compromisos sellados con el liberalismo mexicano. Fue, a su modo, contemporáneo de su tiempo, tanto por las luchas políticas que alentó como por atalayar conflictos mundiales de los que pendían resoluciones o desenlaces en asuntos sólo en apariencia de raíz localista. Por esta perspectiva la obra de Víctor Orozco no se ha de leer bajo el manto de lo “regional”. Transciende a ello y de ahí las notas que a mi juicio le dan relieve a su reciente libro. 

Ignacio Orozco Sandoval fue un hombre ilustrado, guerrero y militar, libertario, que distinguió desde muy temprano las trabas que se oponían a la nueva nación independiente y que de hecho eran un lastre a todo aquello que propiciaba prolongar la postración colonial frente a un expansionismo norteamericano. Llámese a esto latifundismo –viejo o nuevo–, privilegios de nuevo cuño, caciquismo renovado en los relevos, utilitarios y pragmáticos, clero o iglesia, sin descartar el asedio de la apachería. 

Su vida tiene sabor a frontera. En este sentido, el escenario de su lucha no se agota en Chihuahua, su tierra nutricia: gran parte de su paisaje natural fue toda la república. Esto se dice fácil ahora que contamos con vías y medios de comunicación y transporte  que han empequeñecido al planeta, pero impensable para quien había de tener en el lomo de una mula o un caballo el medio de locomoción en un dilatado territorio, agreste y hostil, y en no pocas ocasiones parajes plagados de acechanzas armadas o de la acción de rufianes dedicados al pillaje. 

Campañador notable, se dio el tiempo para formar una familia que siempre ponía en riesgo por las luchas en las que participó, incluso víctimas del exilio interno. Hay un común denominador en Orozco Sandoval: lo veo despojado de un interés por el poder per se, de dinero o de privilegios, en una etapa en la que era relativamente fácil tener todo eso para un hombre tan dotado como él para hacerse de beneficios mezquinos y prebendas. 

Cuando terminé de leer la obra de Víctor Orozco no pude menos que reconocer en su biografiado una acendrada vocación ciudadana, adosada a la rebeldía de la época, que le dio el perfil republicano que se describe con mucha claridad. Se codeó con los grandes de su tiempo, hizo equipo con José Esteban Coronado, otro olvidado que también puso en alto la condición de hombre libre por encima de todo. A mi me sorprenden estas cosas, lo reconozco, y sé que es algo que define a los que nos ha tocado luchar desde acá, por decirlo coloquialmente, sin más armas que las ideas, la intransigencia fecunda y la entrega sin condiciones a la causa de una República que no acaba de llegar, como la han soñado sus mejores hombres y mujeres. 

No pretendo abarcar en estas apuradas notas toda la dimensión de la obra de Víctor Orozco. En realidad lo que quiero hacer es invitar a su lectura e inspiren en ella tiempos políticos mejores para nosotros. Nos lo merecemos. 

Empero, sí es mi deseo expresar algunas preocupaciones como lector:

La primera, y muy importante, es la significación que tiene el hallazgo de vidas entrecruzadas, las que se encontraron y coincidieron en una etapa crucial de la historia, aportándolo todo a riesgo de perder la vida; y luego el colofón ineludible: cuando se escribe, es penoso hacerlo a la hora de presentar el “debe” y el “haber” de la contabilidad del devenir humano en ese torrente que llamamos “historia”. Ignacio Orozco Sandoval vio dos destinos posibles deparados entre los liberales, los que levantaron armas y banderas en favor de todos y los que, también liberales, a la sombra de esas luchas y hasta cierto punto favorable a sus intereses propios, tenían los ojos clavados en metas de otra índole. 

Quiero decir, don Ignacio por un lado y en el opuesto Luis Terrazas, quien titubeante ya afilaba sus uñas que lo convertirían a la postre en gran capitalista, latifundista y hombre fuerte de Chihuahua por apoderarse del estado de una manera patrimonialista, hasta que la Revolución lo defenestró. Pero, reconozcámoslo, no lo acabó del todo y sus herederos y legatarios aún se enriquecen y disputan por el poder y el dinero. Raíces, hay raíces.

Luego, la segunda. ¿Por qué en la recuperación de la obra hecha por el historiador José María Ponce de León, documentalista primario de don Ignacio Orozco, no se siguió un rescate histórico en la pluma de don Francisco R. Almada? Conjeturo una respuesta: don Francisco –de toda mi consideración y respeto–, al que vi jugar dominó y beber sotol como cualquier parroquiano en el Bar Apolo, no le dio en su tiempo el lugar a nuestro prohombre. Desde luego no lo ignoró, y no creo que haya miserias en esto, pero sí necesidad de una revisión crítica de sus obras que a veces se tiende a creer inmutables, como escritas con cincel en el mármol y en el bronce. 

Víctor Orozco, en cambio, emprende la tarea, larga por cierto y de impostergable inicio, a mi juicio. Hablo de la crítica necesaria y de la nueva historia, aquella que, por la razón que sea, se negligió y ahora necesita develarse, como se deja ver con el rescate de Orozco Sandoval.

Y al final, pero no al último, un poco de lo que a mí me removió en mi espíritu y en mi formación intelectual y política: 

Cuando avancé en la lectura de la obra pensé en los desafíos a los que se vio sometido un hombre de carácter, valiente, ilustrado, comprometido y que hizo de su formación jurídica un destino en el tipo de hombre que se tornó consustancial en aquel tiempo para asociarlo al político: don Ignacio en sus últimos tiempos luchó y ganó por tener el título de abogado para continuar asistiendo a sus compatriotas, esto frente al padecimiento de regateos inadmisibles para quien aspiraba a un honorario y deseaba vivir en paz con su familia más abajo de la medianía imaginable. 

Página tras página vi al “ciudadano imaginario” del que nos habla Fernando Escalante Gonsalbo. Este autor hoy indispensable, nuestro contemporáneo, para navegar en el México de hoy al abordar el tema nodal de la moral pública en nuestro siglo XIX, nos expone “…las pautas de conducta en lo que toca a los asuntos públicos. Esas regularidades del comportamiento donde se manifiestan los valores” (“Ciudadanos imaginarios”, Colegio de México. México, 1993). Sí, con esa lente al final vi a Orozco Sandoval, convocando a acciones en las que se podía perder la vida –y se perdieron muchas–, pero a la vez sin dejar de observar a los otros, los que como Luis Terrazas aspiraban a la riqueza y al privilegio excluyentes, sin duda, pero también destacadamente a verse –que los vieran– como señores. Fueron los primeros chihuahuenses que se apoderaron de la bolsa para no soltar la corona y el cetro.

Por eso es valiosa la obra de Víctor Orozco porque, quizá sin proponérselo, como Escalante Gonsalbo, contribuye a ver –permítaseme la paráfrasis– al poder de los hacendados, el de los caciques locales, y aun los caudillos, en rasgos importantes mediante los cuales se organizó un poder como una extensión de dominación doméstica y sus conexiones centrales con la dictadura. Por eso creo que es justificado que Víctor Orozco vea más en don Ignacio un republicano que un demócrata, siendo ambas cosas a la vez. 

Soy lego en estos temas. Estas son simplemente las impresiones que me deja el libro más reciente de Víctor Orozco. Una cosa quiero decir por último: quien vea este trabajo bajo la lupa del “localismo” se equivocará. 

Era una época en la que la fragua de la historia daba un paso de dimensiones muy vastas, nacionales y universales en la expansión de un liberalismo que se arraigó entre nosotros, porque la tierra lo reclamaba para crear el crisol del que surgiría una nueva nación, amplia y diversa. 

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OROZCO, Víctor Manuel. “Ignacio Orozco Sandoval, la gesta de un republicano olvidado”. Amazon. México, 2020.