Una mañana dominical de esta cuarentena escuché que tocaron a mi puerta a hora muy temprana. No me extrañó porque de antemano pensé que se trataba del grupo de Testigos de Jehová que recorren mi colonia de manera pertinaz. Atiné.
Para romper rutinas y combatir un poco el tedio, les abrí la puerta, como lo hice algunos años atrás cuando les recomendé que su propaganda no era eficaz despertando tan temprano a los desvelados de fin de semana. Recuerdo que en aquella ocasión hasta les expliqué cómo Voltaire cuestionaba las molestias de la propaganda en la que se empeñan estas confesiones, incluyendo además al cristianismo, al catolicismo y al islam.
Pero ahora mis atenciones, siempre respetuosas y tolerantes, llevaban la finalidad de hacer cosas diferentes durante el encierro. Apenas se abrió la puerta, una joven mujer me advirtió: “El Armagedón ha llegado…”, lo que no dejó de infundirme cierto calambre.
Hablar de Armagedón, término apocalíptico, es hablar del fin del mundo, del fin del tiempo, de acercarnos a esa gran batalla de Satán contra Cristo y estar próximos al hedor de los muertos que dejará.
Cuestioné el porqué mejor no llevaban una voz de aliento y de solidaridad ahora que tanto se necesita. La respuesta fue: “Está escrito, llegarán guerras, hambrunas, terremotos y pandemias. Están a la vista, quien descrea de esto no le espera el reposo de dios”, me dijo.
Le contesté que hablaba de un dios malo y me dijo, de nuevo, “escrito está” y me recetó, en serie, toda una gama de citas bíblicas, sobre todo del Antiguo Testamento. Me concreté a decirle que le expresaba mis respetos pero que ya en la misma Biblia, en su Antiguo Testamento, encontramos el oráculo que tuvo en visión el profeta Habacuc.
En efecto, en el viejo libro se habla de un diálogo entre el profeta y su dios que es más que aleccionador, porque habla de la bancarrota de la justicia.
Habacuc pregunta: “¿Hasta cuándo, Yahvé, pediré auxilio? / sin que tu escuches, clamaré a ti, Violencia sin que tú salves / ¿por qué me haces ver la inequidad, / mientras tú miras la opresión? ¡El impío asedia al justo, por eso se pervierte la justicia!”.
“Buenas citas –me dijo la joven– si las sabes, es que eres buen prospecto a mis propósitos”.
Con respeto le dije que siguiera su camino y que me dejara en paz. Sobre la banca me dejó un ejemplar de la revista ¡Despertad!
¡ Despierta !
Y alla en el cielo si les van a abrir
La puerta a los testigos?
Nadie les abre…