Violencia imparable, no se responde con discursos
Maru Campos ha vuelto a topar con piedra, y no precisamente con la que acaba de colocar simbólicamente para arrancar la construcción de la innecesaria y multimillonaria Torre Centinela en Ciudad Juarez, sino con la delincuencia imparable que provocó el terror, el miedo y el caos, justo en esa frontera, tras aquel acto de gobierno.
De entre los hechos de sangre destaca el crimen de cuatro locutores de radio mientras realizaban su trabajo en un local comercial; “daño colateral”, dirían los jefes policiacos, cuando se les gelatinizan las palabras para justificar los saldos del crimen en personas atrapadas entre dos fuegos: el del crimen organizado y el de la indolencia gubernamental.
En realidad, la gobernadora ya no sabe qué decir sobre las condiciones de inseguridad que guarda el estado, y eso, precisamente, no le permite pensar mucho sobre el cómo hacer efectiva alguna política de combate a la delincuencia. Y lo único que se le ocurre son declaraciones que aspiran al efectismo pero que, para su mala suerte política, siempre le salen al revés. De hace años viene expresando, en tono caciquil, que la delincuencia, a la que también llamó “cucarachas”, no entrarían ya más a su Chihuahua blindado, y eso le había resultado mediana y oscuramente cierto: se habían concentrado en Juárez, en la sierra y en otros municipios. Pero esta vez Juárez volvió a estallar, justo después de su maniobra política.
Pero la violencia, que ha venido creciendo en la capital “blindada”, también tuvo su efecto con el crimen de dos jóvenes en su propia casa.
A esta violencia no se le responde con discursos y mucho menos con la soberbia construcción de un edificio.