
Ve linda a que te bañen, y asoléate en tu terraza
Decir discordia es poco. Realmente cuando una herencia se abre, porque ha muerto quien la dejó, se inician verdaderas guerras que enfrentan a toda una familia: nietos, hijas, hermanos, viudas…, tan devastadora que terminan todos los lazos de afecto, amistad y solidaridad. Podríamos decir que para volverse a unir habría que esperar otro funeral.
Los tribunales civiles están repletos de estos conflictos. Las leyes y los notarios no alcanzan a ofrecer días ágiles de resolución con justicia. Por el contrario, en ocasiones se coluden con alguna de las partes para medrar con la disputa.
Claro que este ha sido un tema en la literatura, y no se diga en el derecho civil como una de las ramas de la llamada, rimbombantemente, “ciencia jurídica”.
Hoy recuerdo que en mis clases de derecho civil a los maestros les gustaba exponer los aportes de dos juristas franceses, que seguramente jamás habían leído, y con elegancia hablaban de Planiol y Ripert y sus contribuciones a los temas de bienes, familia, obligaciones, herencias y legados. Uno como alumno, como dijo Kafka, tenía que recibir estas doctrinas premasticadas por mil bocas.
Pero esos conflictos, que en ocasiones duermen en los juzgados, a veces trascienden al conocimiento público, y es cuando nos percatamos de la miseria humana y de la falta de templanza y moderación para disfrutar de bienes que literalmente cayeron del cielo.
Se me viene a la memoria la obra de Balzac, Ursule Mirouët, en la que en una familia se disputa precisamente una herencia, y se sacan las conclusiones que para el derecho civil napoleónico tenían este tipo de casos. Pero ese es otro tema.
En la novela hay una palabra clave: “llegar”. Los herederos se pelean por los bienes porque quieren llegar a otros estatus económico y social, algo así como la clase media que quiere arribar a media superior, o esta que quiere ascender hacia la alta sociedad a la que no se puede entrar si no se tiene dinero. En otras palabras: heredar, cuando buen caudal es una escalera o ascensor social, o como dijo el autor, “llegar a la posesión de un capital y sus rentas”.
En nuestro solar, hoy han trascendido al conocimiento público disputas de este corte, que corren de boca en boca, de mensaje en mensaje a través de las redes sociales. Todo queda en chisme y no nos quedamos con alguna novela como la de Balzac, que haría más sabrosa la vida. Aquí a lo más la gente exclama denuestos contra malvadas y malvados, y se considera que la nobleza femenina no deja pasar estas cosas. Algo así como lo que se escucha de casa en casa, de ventana a ventana.
Imagino una frase: Ve linda a que te bañen, y asoléate en tu terraza.
Ilustración: Las vecinas ante el juez de paz (1845), de Honoré Daumier.

