Columna

Teatro: Tres días de mayo, las grandes lecciones de la historia

El próximo domingo se pondrá en el escenario del Teatro de los Héroes de Chihuahua la obra Tres días en mayo, del dramaturgo británico Ben Brown. Se trata de un gran acontecimiento cultural que desearía que el mayor número pudiera participar de su presentación; los precios lo hacen inaccesible para la inmensa mayoría. Montaron la obra que ahora recorre la república la directora Lorena Maza y el elenco de actores lo encabeza Sergio Zurita, como Churchill, además de Héctor Bonilla, Luis Miguel Lombana, José Carlos Rodríguez, Fernando Bonilla, Pedro Mira, Miguel Conde, Nicolás Sotnikoff y Juan Carlos Beyer. En el trasfondo histórico está Inglaterra a la hora en que era el blanco bélico principal del nazismo que se entronizó en el poder en Alemania a partir de 1933, quebrando la efímera República de Weimar que surgió de las cenizas del Imperio Guillermino tras la derrota alemana en la Gran Guerra que se inició en 1914, que el Tratado de Versalles no resolvió y que cargó el gran riesgo que luego se concretó en las visiones totalitarias del mundo, como el fascismo italiano y el empoderamiento de los matones nazis, adosado al estalinismo que luego jugaría un papel ambivalente, decantándose por los Aliados.

La crisis mundial que precede a la Segunda Guerra Mundial abarcó prácticamente todo: economía, política, cultura, religión. Una visión totalitaria del mundo avanzaba y las sociedades democráticas reaccionaban de manera lenta frente al fenómeno (la derrota de la República española es un ejemplo más que elocuente). No afirmo, porque sería inexacto, que Winston Churchill –representación central en la obra Tres días en mayo– era el único hombre en el planeta que tenía claridad sobre cómo encarar el conflicto inminente que mantuvo en jaque a Inglaterra al inicio del conflicto bélico. No le tocó únicamente convencer a la sociedad británica, sino navegar al interior de su partido, el Conservador, para impedir la monstruosidad de que capitulara frente a la amenaza que representaba para la humanidad el nazismo del führer Adolfo Hitler.

Gran elenco.
Gran elenco.

Es el tiempo en que un Winston Churchill, ya con una historia de más de cuatro décadas como político influyente en su reino y en el mundo, se levanta como un portentoso líder democrático y todo un maestro de la política. En la visión de Isaiah Berlin, su importancia se ve compartida con la de Franklin D. Roosevelt, y al respecto el filósofo escribió páginas brillantes. La obra Tres días en mayo pone de relieve precisamente el momento del viraje de la historia del siglo XX, impulsado por un hombre que combinaba en su persona grandes dotes: linaje, pintor, periodista, historiador, escritor, viajero, colonialista, observador directo de su mundo, al que acompañó en momentos más importantes; gran orador y, por ende, parlamentario; por encima de todo la combinación en el liderazgo de guerrero estratega y gran político, y no se diga hombre de estado. Sobre Churchill hay incontables biografías a cual más apasionantes.

Ver Tres días en mayo es colocarse frente a una extraordinaria obra, aleccionadora para comprender que la política puede ser muchas cosas más que las que estamos acostumbrados a tener en presencia en el mundo contemporáneo, por combinar política, ética y temple. En ella se respira la historia, no el mentiroso historicismo complaciente, puesto al servicio de fines de la humanidad no tan sólo engañoso sino adverso al sentido mismo de la humanidad. Quizá después del pasado martes muchos estarán pensando en vidas paralelas, cual serían las de Adolfo Hitler y Donald Trump. Sin forzar las cosas, como suele intentarse en estos casos, podemos reconocer que algo hay de ello. En su tiempo a Hitler se le vio como el problema de unas cuantas semanas, como llegó a pensarlo un hombre con enorme talento como el escritor Thomas Mann, y la lista podría ser bastante abultada.

Resulta difícil, cuando hay una puesta en escena como esta, que los espectadores del buen teatro coincidan en lo valioso que resulta una obra. Eso ha acontecido en otras partes del planeta, pero cuando aquí en México se tuvo la oportunidad de ir al Teatro Helénico, no nos extraña que personajes como Enrique Krauze, Denise Dresser, José Woldenberg, Ricardo Monreal o José Antonio Meade, emitan opiniones que concurren más allá de una invitación a participar del drama. Recojo de Krauze esta opinión:

“México está necesitado de liderazgo ético, no solo para encarar el posible arribo de Donald Trump a la Casa Blanca sino también ante la hidra de mil cabezas del crimen organizado, el narcotráfico, la corrupción y la impunidad. Y para ilustrar cómo se comporta un líder ético, nadie mejor que el personaje central de la obra: Winston Churchill”.

Como ha de ser en estos casos, no hay como apoltronarse en la butaca y ver la obra, formarse el propio juicio, y realizar, después de todo, la catarsis necesaria. Aquí en Chihuahua tendremos la oportunidad de hacerlo, en sendas funciones, una a las 6:00 y otra a las 8:00 de la noche del próximo domingo 13 de noviembre. Desgraciadamente el costo de los boletos, insisto, disuade a muchos de su disfrute. Pero no tengo duda que el mayor número debiera hacerlo. Ahí estaré.