En materia electoral, todo fuera de la ley. Ahora es lo ordinario, lo normal. Y es que no nos distinguimos por el celo para asumir que el derecho tiene un sentido profundo e ineludible. Ejemplo: no estamos ni en proceso electoral, y ya existen campañas políticas formales, de facto.

Y a la ética, ¿cómo le va? Quizás lo correcto sea hablar de éticas por la diversidad y enfoques que tenemos en presencia. En este tema nos va peor. El divorcio es enorme entre lo que se dice en el discurso político y lo que se hace en realidad en la práctica. Incongruencia y mentira suelen ir de la mano, una adelante u otra atrás, pero siempre juntas.

En esta fragua se funde y forja la clase política mexicana, no importa el partido al que sometamos a análisis. El troquelado es igual, más allá de que el cromado pueda ser diferente.

Este es el espectáculo que hoy dramatizan los partidos, sin excepción, y sus principales actores rumbo a las elecciones de 2024, destacadamente las de orden federal o nacional.

MORENA transita, a paso veloz, a su transformación en partido de Estado, lo suficientemente gelatinoso como para hacer y deshacer proyectos de poder por las manos de su jefatura indiscutible en el caudillo Andrés Manuel López Obrador. Lo que postula la Constitución le sale sobrando. MORENA es un aparato con ropajes de movimiento social dentro del cual se toman decisiones fundamentales que luego se sancionan, casi religiosamente, y se purifican por el llamado “pueblo bueno y sabio”.

El Estado se viste de partido y el partido de Estado. Todo desprovisto de legalidad y rigor ético. En MORENA está el “monstruo a vencer”; así lo dice una oposición que tiene, también, en lo amorfo, su principal característica; y además, seguramente sin proponérselo, complementa al adversario, desprendiéndose a su vez de lo que significa la carga del derecho y de la ética.

Para abrir las «corcholatas» habrá un destapador.

Ambas formaciones políticas están hechas la una para la otra, no obstante la asimetría de los poderes reales que traen consigo y lo que representan, porque pesan diferente.

Los años de autoritarismo, corrupción, verticalismo para imponer decisiones fundamentales, desembocó en el colapso del sistema de partidos que germinaron y crecieron en eso que se llamó “transición mexicana”. Este fenómeno tuvo por efecto, inmediato levantar un valladar de corte populista en el que demagogia, clientelismo, polarización y simulación, terminaron por crecer en adeptos, simpatizantes y fanáticos que son hoy el muro en el que el proyecto, de arribar al sistema democrático, se estrella, precisamente porque la oposición (Frente Amplio por México) representa ese viejo régimen que nadie quiere restaurar con el PRI y el PAN, y el grupúsculo de traidores que se robó el PRD, convirtiéndolo en un almacén de proyectos personales del señor Jesús Ortega y su tocayo Jesús Zambrano.

No es que falte oposición, es que el PRI y el PAN no pueden vertebrarla en un ambiente en el que la confianza sea la argamasa para pegar los ladrillos de la fortaleza que pueda resistir.

Estamos en un momento de crisis, sin alternativas, en particular carentes de una izquierda democrática constituida en brazo partidario, para ingresar a la arena y pelear por un genuino proyecto de nación. Me dirán, “MORENA es la izquierda”, lo que no se sostiene de ninguna manera.

Al escribir esto, recuerdo aquella frase ingeniosa del filósofo español José Ortega y Gasset: “Crisis es que no sabemos lo que nos pasa; y eso es justamente lo que nos pasa”.

A partir de estos juicios, es que me explico porqué el Frente Amplio por México es tan evanescente que en cuestión de horas ha sufrido autodescalabros que lo presentan como un parche caliente para curar a México.

No estoy con MORENA, pero jamás con un aparato cupular de bandidos en el que “Alito” Moreno es el jefe de la pandilla.

Caminando por algunos pueblos de Chihuahua, he escuchado: “¿Cerrarán filas en Chihuahua Fernando Baeza Meléndez, el defraudador electoral, y su víctima, Francisco Barrio Terrazas?” He contestado que todo indica que sí.Dos vidas que iban a ser paralelas, didácticas para una tabla de valores, desdeñosas del vicio, hoy resultan mucho más que convergentes.

Estaban llamados a ser hombres del griego Plutarco, y están terminando como hombres del otro Plutarco, el sonorense.

Cosas del oportunismo y la traición política a un pueblo, pero sobre todo a ellos.