Sheinbaum: no hay talante, ni talento para lo internacional
No obstante que la circunstancia de México está fuertemente marcada por sus problemas internacionales, derivados de la actual política norteamericana de Donald Trump, la respuesta de la presidenta Sheinbaum sigue siendo hacia adentro, interiorista, cuando lo que se requiere es abrir el abanico a la escena internacional, particularmente la definición de cómo encarar con una inteligente política internacional a la oligarquía que hoy está entronizada en Estados Unidos y que conjuga en un solo haz de voluntades el poder político, el económico, el financiero y el mediático.
Suena ridículo que la nota del día sea que una irreal Confederación Nacional de Gobernadores (CONAGO) cierre filas con la presidenta, dándole el carácter de líder, sin siquiera saber qué propone, cuál es la pauta. La CONAGO, aparte de estar proscrita por la Constitución, no sirve para nada, y mucho menos para el trato de una política que tiene consigo lo internacional, que corresponde al Estado mexicano.
A la presidenta, hasta ahora, no se le ve ni talento ni talante para enfrentar la circunstancia mexicana. Ojalá esto cambie y haya definiciones certeras y viables; y para eso hago un simple bosquejo de temas, sin más afán que marcar puntos de trascendencia.
En primer lugar, en el tema de la conexión económica-comercial con los Estados Unidos, se ha precipitado, por decisión del presidente norteamericano, que el T-MEC se revise de manera anticipada y no en los tiempos que el mismo tratado previene. Contestar a esto con un simple discurso de que somos soberanos, cuando hay un acuerdo trilateral, no conduce a nada, especialmente en la industria automotriz, que implica grandes cadenas de suministro, que abarcan vastísimas ramas de otras actividades.
Anunciar que se producirán autos nacionales en estos momentos, es risible por inoportuno. Aquí lo importante es entender que hay problemas de uno y otro lado que si no se resuelven de manera correcta, afectará a ambas partes, lo que obliga a dimensionar los problemas y ponerlos en la agenda diplomática de la política exterior.
El asunto de las drogas tampoco se puede asumir exclusivamente desde áreas territoriales restringidas. El problema está a escala internacional, y en nuestro caso, si no se combate con eficacia y resultados en el propio país, se estaría llegando a la conclusión de que México no logra resolver con sus propios aparatos –militares, policiacos, de justicia– al narcotráfico, estaría fracasado e incluso se le pudiera acusar de Estado fallido, abriéndole la puerta al intervencionismo feroz que proclama Trump.
Hay que reconocer que la estrategia de “abrazos y no balazos” fue un fiasco descomunal y que lo que se debe poner en la agenda internacional es a una serie de países, no nada más a Estados Unidos, para encarar el delicado tema con sus implicaciones en el lavado de dinero a través de las redes financieras, los paraísos fiscales y, finalmente, el tráfico de armas, por la liberalidad con la que Estados Unidos las comercializa y por lo poroso de las fronteras y aduanas controladas ni más ni menos que por el Ejército nacional.
Claudia Sheinbaum pretende una unidad nacional que significaría para todos tenerla a ella como líder de todos los esfuerzos del país, desentendiéndose de las nefastas herencias del pasado: que en ausencia de un genuino proyecto democrático pretenda consolidar su hegemonía, reduciendo a sus críticos a simples apoyadores de lo positivo y críticos de lo negativo, como en los viejos tiempos del PRI, en los que el nacionalismo estrecho se convirtió en una especie de religión legitimadora del poder. Ese esquema no es el viable, porque entraña sumisión a un discurso dominante.
Quienes estamos fuera del poder y del oficialismo actuales, apostamos por apelar a los ciudadanos, y habremos de repensar lo que fue el viejo internacionalismo socialista, y entender que estamos en medio de un conflicto que trasciende a nuestras fronteras y que debemos propiciar encuentros multilaterales para enfrentar el trumpismo.
Debemos hacerlo sin prejuicios que lastren las posibilidades de construir ese programa, en el espíritu que alguna vez animó a la mismísima Primera Internacional, la marxista, que saludó la llegada al poder en Estados Unidos, de Abraham Lincoln, en un texto memorable y desconocido a la vez, de Carlos Marx.
Probablemente sea el tiempo de desenterrar viejas experiencias y viejos programas, entre los cuales están el ya mencionado pensador, pero también políticos guerreros como Benito Juárez.