Con dos anuncios basta. El primero fue la Reforma Judicial que acompañará al gobierno de la presidenta Sheinbaum; el segundo, la designación bajo consigna de la señora Rosario Piedra Ibarra para un segundo quinquenio al frente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos.

Es innecesario o cuando menos altamente dubitativo, esperar la tercera llamada para abrir el escenario, lo digo sin sorna, para una oportunidad de hacer política en medio de la complejidad que esta cobra en la realidad nacional y a la sombra del trumpismo plutocrático con que se abrirá plenamente el 2025. 

Cuando pienso en política para este texto, reflexiono sobre las dificultades de la presidenta de la república de la cual se ha dicho que llega con varios atributos o activos que a ella le gusta se repitan: su calidad de científica, experiencia administrativa, universitaria insurgente, con pasado fuera del PRI y sus aliados, de izquierda y su condición de mujer, fundamental este último en el mundo contemporáneo. Son cualidades innegables. 

Lo que no se ve es su habilidad política en los temas de gran calado. De ahí que la sombra del tabasqueño y la injerencia  que aún conserva y que parece se acrecentará no la ha resuelto, lo que gravitará gravemente sobre su mandato haciéndola aparecer sujeta a un tutelaje inadmisible, y por ahora innegable. Esta visión tenderá a acrecentarse si no hay expresión que garantice una distancia constitucional. Este fenómeno lo vemos aquí  y no es exclusivamente mexicano, a menos de que la presidenta entienda la política como una especie de servidumbre. 

Claudia Sheinbaum el 3 de diciembre de 2023 planteó la necesidad de iniciar una serie de diálogos para la transformación, en obvia referencia al movimiento que pertenece y un poco más, pues en su momento se leyó como una apertura a una pluralidad prácticamente proscrita por su antecesor en la presidencia, y en ese momento el jefe supremo instalado en el  Palacio Nacional. Ese 3 de diciembre fue recibido por algunos como el anuncio de que soplaría un viento fresco, distinto, diverso, y aun incluyente en la visión de algunos para evitar la terrible polarización del país abriendo la puerta al diálogo posible.

Nada de eso ha llegado, Claudia Sheinbaum no ha empleado las oportunidades políticas que las mismas circunstancias le han puesto en el camino para fortalecerse a sí misma como presidenta y es grave porque denota miedo a tener un disenso con López Obrador, al que le rinden culto muchos gobernadores, las pandillas que encabezan las fracciones de MORENA en ambas cámaras del Congreso de la Unión y la pretensión dinástica de colocar a Andy López Beltrán en el puesto de mayor peso en el partido MORENA, que preside López Obrador en calidad de jefe del movimiento del mismo nombre.

Sheinbaum tuvo la gran oportunidad de transitar esta fase inicial de su gobierno acogiéndose a las pautas que le ofreció la propuesta transicional del ministro Juan Luis González Alcántar y Carrancá, pero prefirió ponerse a la sombra del caudillo, tomando la metáfora de mi paisano Martín Luis Guzmán. Prefirió la alternativa equivocada y se echó una piedra en el zapato que no la dejará caminar.

La otra oportunidad que la política le brindó fue sacudirse a Rosario Piedra Ibarra y cerrarle el paso para un nuevo quinquenio al frente de la CNDH. Tarea nada imposible en manos de la presidencia. Parece que lo intentó y no pudo, fracasó rotundamente y marcó una realidad: es en balde esperar una tercera llamada, sobre todo por quienes esperan la renovación del ejercicio del poder hacia cánones más civilizados.

Uno de los grandes defectos del ejercicio del poder en nuestro país sobre el que han escrito un buen número de historiadores y politólogos es que en México las grandes decisiones de Estado suelen tomarse en agencias informales, no donde las leyes y la Constitución establecen. Ejemplos sobran: se pueden llamar logia, iglesia, cantina, embajada, banco, burdel, antro, restaurante, alcoba o, repitiendo el recuerdo de La sombra del caudillo, donde vive el que se asume como el gran patriarca. 

Al final en los dos casos señalados se impuso la sinrazón. En el escándalo de Rosario Piedra, prescindiendo de los argumentos ad hominem,  se demostró en el Senado que no hay un solo argumento válido y demostrable históricamente para que esa mujer se quedara al frente de esa institución. Dañó de paso la memoria de su madre, al carecer de un adarme de autocontención para retirarse. 

Pero pudo más la voz distante, la agencia informal, que la razón. Ese mismo día, después de la votación y para que no quedara duda le cantaron Las mañanitas al jefe supremo. Quienes votaron por Piedra Ibarra, también lo hicieron en contra de la presidenta.

La están defenestrando y todo parece que a ella le gusta.

Segunda llamada… comenzamos.