Salvador Allende, 50 años después
Un día como hoy, 11 de septiembre de 1973, los militares, encabezados por el general Augusto Pinochet, convertido en brazo ejecutor del gobierno de Richard Nixon y Henry Kisinger, dieron un golpe de estado, cancelando el proyecto democrático de la Unidad Popular en la república de Chile.
Salvador Allende representó una poderosa corriente democrática, con un programa de izquierda socialista. Su triunfo marcó la posibilidad de una nueva vía no violenta para alcanzar el poder en un país latinoamericano. No el camino de las armas, sino el de la Constitución, el derecho y la soberanía ciudadana.
El dilema latinoamericano estaba marcado por el ejemplo cubano y su guerrilla triunfante en 1959, que se extendió como modelo en muchas partes de nuestro continente, sin éxito y con muchos descalabros dolorosos.
Allende fue a las urnas encabezando a socialistas, comunistas, nacionalistas, patriotas, obreros, campesinos e indígenas que legitimaron su triunfo. Eran los tiempos de la Guerra Fría y de un mundo bipolar en el que el Partido Comunista de la Unión Soviética, con toda su influencia, había puesto en práctica la tesis de la coexistencia pacífica entre dos sistemas.
Pero la política de la Guerra Fría y la contención del comunismo, aunque no estuviera presente, dictaba que un triunfo como el de Allende era intolerable, y más en América, que el imperio siempre consideró como su traspatio.
Al unísono, la derecha chilena, sus expresiones fascistas, los viejos partidos oligárquicos y clases medias inconformes, iniciaron un proceso de revancha permanente que no le permitió a Allende ejercer una gobernabilidad congruente con la legitimidad que había alcanzado en un país en el que la democracia cristiana tenía gran influencia, y que a la hora del golpe se deshonró.
Ej ejército, la marina, la fuerza aérea y la gendarmería se levantaron contra la república de Allende, bombardearon el Palacio Nacional y pusieron en el mando a Augusto Pinochet, que andando el tiempo llevó el neoliberalismo como modelo económico y social único.
Allende murió congruente con su pensamiento y se convirtió en un símbolo de la democracia y la defensa patriótica de su país. Chile alentó que la izquierda, en especial la comunista, empezara a rectificar los dogmas que se sostenían en una política de adversarios, en la que una parte debe ser derrotada y la otra triunfante por necesidad. Conducirse así mostró que la democracia puede estar en el credo de muchos, pero ser hueca cuando sólo sirve a los fines del intervencionismo norteamericano en el mundo.
En nuestro país el crimen de Francisco I. Madero y el golpe de Victoriano Huerta es como un momento paralelo en la historia de México y Chile.
La lección de esta compleja historia nos debe llevar a repensar la democracia y asumirla como la más poderosa metodología para dirimir conflictos, por graves que puedan ser, sin llegar a la violencia ni la guerra civil.
Pero sobre todo para construirle bases a ese pensamiento democrático, se debe entender que ningún país debe tener un aparato de estado para imponer su dominación, y mucho menos su hegemonía, e impensable es que eso pueda suceder con un intervencionismo exterior feroz, como fue el de los círculos de poder de los Estados Unidos en ambos casos.
Salvador Allende por siempre.