El reeleccionismo ha llegado fuerte al país. México es un Estado en el que durante mucho tiempo la reelección en los cargos públicos ha sido motivo de discordia por una sencilla razón: el que llega a un cargo quiere perpetuarse en él.

A tanto ha llegado el tema que una revolución, como la de 1910, se hizo al grito de la no reelección, reclamando además la eficacia del sufragio.

La ola antireeleccionista se centró, primeramente, en el presidente de la república, pero después bajó a todos los niveles. Ni legisladores, ni gobernadores, ni alcaldes, ni regidores podían tener una reelección sucesiva o inmediata. La medida fue radical durante mucho tiempo, hasta que, recientemente, ya se permite que diputados locales y federales, senadores, presidentes municipales, regidores y síndicos se puede reelegir, y en eso estamos.

Ahora el 94 por ciento de los diputados federales ya anunciaron que quieren tres años más de permanencia en el cargo. Los que son diputados locales y ya han tenido dos periodos, ahora quieren ser diputados federales. En otras palabras, nadie se quiere desprender de la ubre presupuestal y de las buenas dietas y privilegios de que gozan los llamados parlamentarios en el ejercicio de sus cargos.

Igual sucede con los alcaldes. Por ejemplo, aquí en en el estado, Cruz Pérez Cuéllar y Marco Bonillas, presidentes municipal de Juárez y Chihuahua, respectivamente, quieren permanecer otros tres años en sus puestos para de ahí pasar a la competencia de otros de mayor jerarquía.

Se dijo en su tiempo, cuando se autorizaron las reelecciones, que habría rendición de cuentas, porque se someterían a una nueva elección y ahí tendría la oportunidad la ciudadanía de refrendarlos porque lo hicieron bien, o negarles el voto para cerrarles el camino a quienes lo hicieron mal.

Suena bonito el planteamiento, pero se trata de mera teoría. El que llega se apalanca en el cargo y garantiza su permanencia. El saldo es que este reeleccionismo no ha servido sino para entronizar élites y el espíritu partidocrático de dominación.

No estaría de más regresar al maderismo de 1910 y volver a decretar la no reelección, lo que podría ser un antídoto eficaz para esta voracidad política que tenemos en todo el país.