Que caída de Adán Augusto no nos distraiga de las reformas regresivas
Será de la mayor importancia el desenlace que tenga el escándalo llamado Adán Augusto López Hernández, herencia nefasta de López Obrador al gobierno de Claudia Sheinbaum, pero sobre todo para quienes padecemos un régimen político que con toda su fuerza quiere expandir su hegemonía a todo el territorio nacional, en particular a las entidades que en el tiempo venidero entrarán a elecciones para el cambio de poderes locales.
El coordinador de los diputados Ricardo Monreal no ve que Adán Augusto sea un lastre. Lo defiende y está también en la cuerda floja de la clase política morenista.
El tema ha acaparado gran parte del debate público, y no es para menos, desde luego. La disyuntiva tiene estos polos: que se fortalezca con hechos una presidenta de la república que se mueve a pulsiones de un tutor sediento de poder, o lo que para toda racionalidad sería conveniente: mandar a retiro a Adán Augusto y someterlo a juicio por las responsabilidades que le toquen, oficiales, fiscales o penales.
El dilema es claro, y entre más se tarde en inclinarse a uno u otro de sus extremos, sobrevendrá una precarización del poder de la presidenta Sheinbaum, que por otra parte ya es muy recurrente que acuda a la mentira desde el púlpito mañanero en Palacio Nacional. Hizo su reciente gira por todo el país –casi una campaña– para fortalecer mediante malas artes su popularidad, ocupación que desperdicia tiempo en tareas de importancia que el país requiere sean desahogadas.
No nos queda más que esperar y que los hechos hablen más claro que la especulación y la conjetura con la que se mueve todo esto. Mientras tanto, es indispensable voltear a otras partes que no sean el escándalo del pastor senatorial en apuros y cuya visualización apremian.
En primer lugar, hacernos cargo de que está en curso una reforma electoral federal con la que se pretende confeccionar un saco a la medida para que MORENA sea el monolítico partido de Estado, casi como lo fue en su mejores tiempos el PRI de la segunda mitad del siglo XX.
Hoy estamos en riesgo, por sólo señalar dos aspectos, de que las elecciones se conviertan en una actividad exclusiva del aparato estatal, destruyendo la arquitectura constitucional de las autonomías de los órganos electorales de la república entera y de las entidades. Y más grave aún es el peligro inminente de que esta hegemonía aplaste y liquide la presencia de las minorías en los congresos, so pretexto de que la democracia es muy cara, y por esa vía pretender congresos monocolores sin oponentes y sin quien resista al autoritarismo creciente. Pero estas cosas no están a la orden del día en la escena pública; nos ocupa primordialmente la caída de Adán Augusto.
En segundo lugar, pero de gran relevancia por su gravedad, está la anunciada reforma a la Ley de Amparo, con la reciente iniciativa presentada para su procesamiento al vapor. El amparo que históricamente ha sido un gran instrumento de resistencia, se quiere suprimir o limitar como herramentales que muchos tenemos en nuestras manos para defendernos del gobierno, como personas que defienden sus derechos, particularmente los derechos humanos.
Me queda suficientemente claro que ambos temas merecen la mejor y más profunda de las atenciones, más allá de las pugnas al interior del oficialismo, que de paso, y perversamente, obran como auténticas cortinas de humo o cajas chinas que nos desvían a todos y nos entretienen observando los árboles cuando es el bosque el que se incendia.
Se tiene necesidad de ver a plenitud lo que pasa, lo que va a determinar decisiones en el futuro, y no nada más el estar pendientes de si se logra o no defenestrar a politicastros como el tabasqueño Adán Augusto López Hernández, a quien López Obrador le profesaba algo más que una amistad teniéndolo como su hermano.


