Atípica celebración del aniversario 197 del Tribunal Superior de Justicia del Estado de Chihuahua. Atípica porque se acostumbra realizarlas en cifras cerradas, como 50, 75, 100 años, etcétera. Pero a la actual presidenta Myriam Hernández, a falta de creatividad, le gustan las ceremonias aunque no vengan al caso. En ella encuentra su manera de lucir y ocultar su historia, a la vez que tratar inútilmente de oscurecer cómo escaló hasta el cargo que hoy ocupa.

Sin embargo, no es eso lo más significativo del evento comentado. El problema es que no hay oportunidad de hacer una historia creíble, o al menos potable. Hubo ausencias, quizá en favor del foro, pues hay expresidentes impresentables que hundieron al Poder Judicial en su totalidad en la abyección de la dependencia hacia el Ejecutivo, como en la etapa duartista lo fue José Miguel Salcido Romero, hoy secretario sin cartera al servicio de los intereses que representa otra duartista, la gobernadora María Eugenia Campos Galván.

Hay una larga historia de ignominia en la dinámica del Poder Judicial, en especial de quienes han estado en la magistratura, desde luego con las excepciones muy sabidas y que no enumero aquí para no correr el riesgo de excluir a nadie. Pero la generalidad no se salva del reproche de los tiempos. En breve abordaré el tema de las excepciones, si no todas, al menos las más notables.

Pero una cosa sí viene a cuento, y la tomo de una idea contenida en la obra de Roger Bartra, La jaula de la melancolía: los rituales, muy propios de la clase política mexicana, algunos que encajan perfectamente en el más grotesco barroquismo, tienen su origen en la parte reptilesca del cerebro humano. Esta reminiscencia, que parece sólo de la biología, está en las acciones de quienes se detienen exclusivamente a lucir con las reglas del ceremonial, vengan o no al caso. Y si no, porqué no esperar a los 200 años, cuando menos, para hablar en una cifra convencional.

Todo sea por las sierpes y las culebras.