No voy a decir que no lo podía creer, porque desde mi lectura del Apocalipsis sé que vendrán cosas peores. Los partidos políticos democráticos o de raigambre de izquierda han de ser prefiguraciones de la sociedad a la que aspiran. Espejos donde se puedan ver ideales y congruencias con toda nitidez. Pensar lo contrario sería tanto como comprender al partido político como una red de complicidades, el instrumento en el que se claudica y a la vez la palanca que todo lo justifica en nombre de una supuesta ortodoxia. 

En la peor época de los partidos comunistas a esto se le llamó “espíritu de partido” y si había que justificar los crímenes de Stalin, por ejemplo, había que hacerlo con devoción, porque si el partido lo ordenaba mil veces, mil veces había que hacerlo. ¿En qué derivó todo eso? No es necesario repetirlo aquí. 

Ahora que el escándalo del pretendiente a la gubernatura por MORENA en el estado de Guerrero, Félix Salgado Macedonio, ha ocupado los pronunciamientos más enconados de la coyuntura electoral, nos damos cuenta que ese espíritu de partido, nefasto, amenaza con hacer estragos en las filas de ese partido por las justificaciones que se escuchan en favor del abusivo y violador político. 

Se escuchan aquí voces de mujeres afiliadas a ese partido que rayan en el más cínico de los oportunismos. Frases impensables como “¿por qué ahora?”, “la culpa es de los jueces”, “soy feminista pero también miembro de un partido”, y de ahí a la defensa de lo indefendible hay un paso, y entonces se escuchan palabras exculpatorias que exhiben una facciosidad sin límites y, pretendiendo defender al partido al que pertenecen, lo dejan muy mal parado. 

Es altamente preocupante escuchar conceptos como los apuntados, deslizar la idea de que los críticos de López Obrador y de su partido, del cual es el único líder, son enemigos objetivos, de que ejercer la discrepancia política es estar participando de un “golpe suave” y otros pensamientos que no quedan en simples terminajos de ocasión, sino que revelan un estado de ánimo proclive al dogmatismo, la intolerancia y, más aún, al espíritu totalitario. 

De paso, no quiero dejar de recordarles a las nada ocasionales defensoras de Salgado Macedonio que no están obligadas a manchar sus labios con las palabras que les escuché. Les viene bien que comprendan aquello que dijo uno de los siete sabios legendarios de la Grecia muy querida: “Pon a tus palabras el sello del silencio, y al silencio el de la oportunidad”. Cuánta pertinencia tienen estas palabras de Solón.