Todos sabían a lo que iban. Después del previsible destape –sí, destape– de Juan Carlos Loera De la Rosa se duelen inútilmente, en el mejor de los casos sus lamentos son ingenuos. MORENA es un partido que tiene dueño, que privilegia la obediencia ciega, que presupone a los obedientes, los mediocres y los que tienen tan elástica la columna vertebral que pueden doblarla hasta los 180 grados. 

Se le equipara al PRI, pero evidentemente las diferencias son muchas. Cuando este surgió como Partido Nacional Revolucionario sembró la semilla del anticaudillismo, en favor de instituciones, que asomaba tras la figura del general Álvaro Obregón. En MORENA ni pensarlo, ahí lo que anida es un grotesco personalismo ególatra que hace palidecer hasta a los líderes totalitarios del siglo XX; lo digo por lo ridículo que es. 

No se quejen si son conscientes de sus propias historias: a Cruz Pérez Cuéllar, de panista y duartista redomado, MORENA lo hizo senador de manera absolutamente inexplicada, al estilo de Lily Téllez. A Víctor Quintana, antaño adorador de la sociedad civil autónoma, le dieron una sopa de su propio chocolate: siendo sociólogo le anunciaron que había sido excluido por razones “metodológicas”, su preinscripción no debió tener lógica en su mente si sabe bien que el pecado que cometió a partir de 2016 es de los que nunca perdona Andrés Manuel López Obrador; ¿de qué se queja?, ¿acaso quiere convertir en agravio su previsible exclusión? Le faltó sagacidad para saber que así sería tratado y entiendo que puede ser rudeza innecesaria, pero ahí en el MORENA de Mario Delgado se acostumbra a hablar así, como a Víctor, para que lo entiendan los juanes de todas partes. 

De Rafael Espino habrá que decir que su bondad rayó en la estulticia. Si me atengo a una frase de Rudyard Kipling podría que “fue más ingenuo que un cabrito mamón”. Lo mandaron a un sacrificio precolombino. Más allá de mis críticas, que no las retiro, obtuvo en esta aventura cierta respetabilidad, lo digo por las opiniones que de él escuché. 

De Cabada todo se puede decir, entre otras cosas, ahora, que sirvió de un patiño silencioso, nada televisivo. De él ya se han ocupado tanto que me ahorran la tarea. Del resto no me ocupo, porque nunca estuvieron en la posibilidad, y no me anima ninguna descortesía ni mucho menos ánimo discriminatorio. 

Es conveniente decirlo: todo ese suspenso, parafernalia, del cuasi destape priísta de Loera De la Rosa, al que ya muchos ven como el gobernador, no significa otra cosa que estamos en presencia de una candidatura que sólo anuncia esclavitud de Chihuahua a López Obrador; y eso, para decirlo suave, es toda una tragedia para las y los chihuahuenses: el presidente quiere hacer de nuestra entidad la intendencia que ni siquiera durante el PRI fue. Vasallaje puro, pues.