El ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas publicó un interesante artículo en La Jornada hace unos cuantos días. Me permito transcribir el último párrafo de este texto, que a la letra dice:

“Las sucesiones presidenciales de 1940 y la que culminará en 2024 no son comparables. Los procesos difieren diametralmente. Entre quienes hoy participan en el proceso de renovación dentro del partido del gobierno activa o pasivamente, no encuentro a nadie que pueda identificar con, o que pudiera representar en las circunstancias de hoy al general Francisco J. Mújica, o en su caso al general Manuel Ávila Camacho, ni menos a quien pueda acercarse en identidad o representación a Lázaro Cárdenas”.

Es una sutil crítica a Andrés Manuel López Obrador, refrescada con un repaso histórica de aquella vieja sucesión y con la cercanía que le da al ingeniero el haber acompañado al general Cárdenas como hijo y compañero de batallas.

Resalta, a mi juicio, que en este caso no se le ve a Marcelo Ebrard madera de un Ávila Camacho, pero sobre todo que el mismo presidente actual, Andrés Manuel López Obrador, no representa el papel que jugó Lázaro Cárdenas, porque no es “quien pueda acercarse en identidad o representación” al general.

Recordemos que AMLO con antelación afirmó que no se cometería el error de 1940, cuando la decisión final favoreció al poblado Ávila Camacho, que se supone, en la narrativa ordinaria, un giro a la derecha de la Revolución mexicana.

López Obrador, seguro estoy, acusó recibo del gancho al hígado. Son de las cosas que le molestan, y bastante.

La incógnita que queda, y en esto hablo exclusivamente al tanteo, es que algunos piensan que en la óptica presidencial, Sheinbaum sería la Mújica, cuando en realidad ese papel se pretende entregar al secretario de Gobernación, Adán Augusto López, no porque le llegue a los talones a Mújica, sino porque sería pieza dócil para que se armara un neomaximato.