
Maru, política sin destino
En septiembre de 2021, hace prácticamente cuatro años, el entonces presidente López Obrador levantó la mano a Claudia Sheinbaum y la apuntó con su gran dedo elector. Desde entonces, la competencia interna en MORENA por la Presidencia de la República fue meramente cosmética y para eso AMLO recurrió al uso de las “corcholatas”. En realidad, todo estaba decidido.
Que se recuerde, nunca un presidente contemporáneo se había adelantado tanto ni había influido públicamente en la elección sucesoria como lo hizo López Obrador. Con Sheinbaum no podía dejar escapar la oportunidad “histórica” de entregar la estafeta a una mujer, alguien que ya lo había acompañado desde sus tiempos como Jefe de Gobierno de la Ciudad de México; pero sobre todo una fiel seguidora, en toda la extensión de la palabra. Y así ha sido. A pesar de los grandes agujeros en su administración, de la corrupción institucional, de la inseguridad que no cesa en el país, del sostenimiento de una soberanía artificial respecto de la administración Trump, del aniquilamiento de instituciones y una democracia de pantalla, Sheinbaum goza de amplia popularidad.
La elección de la primera gobernadora en Chihuahua en la persona de María Eugenia Campos Galván no ha corrido la misma suerte. Guardadas las proporciones, se han presentado como integrantes de escenarios políticos distintos. Más allá de los matices, que también resultan cuestionables en uno y otro caso, se podría decir, a secas, que fundamentalmente una es de derechas y la otra tiene una larga trayectoria en la izquierda política, principalmente en el centro del país.
Pero algo es seguro: López Obrador impuso la idea de que se podía adelantar a los tiempos electorales, influir e interferir en ellos, violando todas las leyes electorales y salir airoso. Y esa especie de ansiedad puesta de “moda” es asumida hoy por casi todos los gobernantes de todos los partidos políticos en el país. La cuenta regresiva de los poderes políticos en turno se han alterado bastante en los últimos años y no parece que haya fuerza normativa que lo contenga.
Maru Campos desde hace casi dos años viene jugueteando con el concepto de la “galopada”, aludiendo a supuestos y supuestas aspirantes a sucederle en el cargo, verdaderas campañas electorales en las que la gobernadora también se ha involucrado al nivel de llamar a aniquilar al morenismo en la entidad, lo que se traduce en una segunda versión de lo que en procesos anteriores, como en el de 2024, fungió como convocatoria para “romperle el hocico” a los de ese partido.
Uno de los grandes problemas es que el periodismo vendido en la entidad le hace el juego a la gobernadora y hasta publica sondeos para poner a competir a la “galopada” con tal de ir perfilando “al bueno”, o lo que en su caso significa, con quién tendrán que pactar los nuevos contratos publicitarios que mantengan a flote a sus respectivos medios de comunicación, muchos de los cuales no podrían sobrevivir sin esas subvenciones oficiales, especialmente los de papel.
No obstante, bajo la misma lógica de la anticipación, es dable afirmar que Maru Campos es ya una política sin destino. Lo es desde que no pudo colarse en los comicios internos de su partido, el PAN, cuando aspiraba a ser candidata a la Presidencia de la República. Sin embargo, una advenediza, como lo ha hecho la oposición en otras épocas, le comió el mandado y los resultados ya los conocemos.
El futuro político de Campos Galván ya está resuelto pero este no apunta hacia ningún puerto seguro. Maru ha perdido la brújula. Su reciente pleito con uno de los empresarios más prominentes no sólo de Chihuahua sino del país, Eugenio Baeza Fares, nos revela bastante de eso, entre otras cosas, que el magnate de los embutidos en el norte transita por la libre en los linderos de la influencia política local, y también que la gobernadora, aferrada y sin opciones, mantiene su complicidad con el procesado en libertad, César Duarte Jáquez.
El tema de la inseguridad ya es agua que se le escurre entre las manos. Por más reuniones de seguridad que organice, Campos y su gabinete en la materia no han resuelto, ni en lo mínimo, el tema de la violencia que brota en casi todos los municipios del estado. La nueva y reciente masacre en Gran Morelos, donde hasta dos policías estaban supuestamente involucrados; los quince crímenes reportados el pasado fin de semana, la mayoría en Ciudad Juárez, frontera hoy morenista que la gobernadora pretende recuperar para el PAN; y el presunto brote de nuevos grupos delictivos que operan entre Aldama y Ojinaga, son sólo una muestra de los temas no solventados de esta administración estatal.
Aunque el panismo (y el priismo que casi no pinta) no lo desee, estas incompetencias y errores le abren paso a un eventual triunfo de MORENA en Chihuahua, donde también se maneja una “galopada” en la que la adelantadísima y violentadora de las leyes electorales, Andrea Chávez, es ahora mirada con reservas, y con cierta distancia ya la descartan en el centro del país, según fuentes bien informadas, “por soberbia, altanera” y comprometida con las peores causas de la Cuatroté, sometidas hoy al escrutinio público, entre otras, la que protagoniza su protector, Adán Augusto López Hernández, por la conexión con su exdirector de Seguridad Pública en Tabasco, Hernán Bermúdez, recluido en el Penal del Altiplano, después de ser “expulsado” por Paraguay, donde fue detenido la semana pasada, y ahora es acusado de delitos de delincuencia organizada en su país.
MORENA podría comerle el mandado al prianismo en Chihuahua y a la gobernadora se le estaría yendo, por segunda ocasión, la ocasión de influir electoralmente, quizás incluso a nivel interno. A Maru Campos se le acabó el tiempo, víctima de sus propios métodos y de esa suerte de anticipaciones electorales que ella misma decidió adoptar para Chihuahua.
Cualquiera sea el triunfo electoral para la entidad, la ciudadanía, hoy por hoy, no tiene opciones de una izquierda genuina, que haga una diferencia entre aquellos dos estilos que sólo partidistamente son diferentes. Sólo partidistamente.

