No será la primera vez, y tampoco la última, en la que los textos pontificios y la estéril teología se pongan al servicio de un discurso político para una ocasión de apariencias inaugurales.

A la vez, las violaciones al estado laico tienden a reiterarse. Y es que María Eugenia Campos Galván fue de las que se complació –guardó silencio– cuando César Duarte consagró el estado de Chihuahua al Sagrado Corazón de Jesús de la mano de Constancio –mejor conocido como Ausencio– Miranda.

De aquí en adelante reinará la ética de la convicción personal antes que la de la responsabilidad que impone la Constitución, como ocurre ya en el Congreso: las diputadas panistas dicen que respetarán sus convicciones personales respecto de su postura antiaborto, pese a haber protestado un día antes que jurarán ceñirse precisamente a la Constitución y las leyes que de ella emanen. Ocurre justo tres días después de que la Suprema Corte ha generado jurisprudencia que descriminaliza a las mujeres que optan por abortar.

A pesar de la inocultable emoción de María Eugenia Campos Galván y su ujier Mario Vázquez, el público asistente no se electrizó de acuerdo a los deseos. El ujier y también presidente de la legislatura tuvo que decir “aplaudan”, como le piden al públicos en los shows de la televisión y como obedeciendo un ejercicio ceremonial en la propia casa y antes de la fiesta.

Afuera del improvisado recinto juarense y al pie de una cruz al que se refiere un deplorable poema, hoy olvidado (“…que algo tiene de cruz y de calvario…”), se escuchaba la voz de una protesta como si se escenificara en términos reales una tragedia griega.

El discurso del bien común siempre ha sido para que los bienes los acaparen unos cuantos y lo común sea la explotación y opresión de los condenados de la tierra. No hay razón, argumento o motivo alguno para pensar que ahora será diferente.

No concilio, por la contradicción en los términos, que se pueda dar la vuelta a la página de la historia de los últimos once años y a la vez comprometerse a que en el caso Duarte no habrá ni perdón ni olvido. A la hoy gobernadora constitucional se le olvidaron también los sexenios previos, perdidos, como el de Patricio Martínez, otro de los más corruptos de la historia reciente.

No se trata de perdón, sino de justicia; el olvido no invadirá una etapa negra de Chihuahua que se ganó a pulso desde afuera del poder y en su contra. Poder en el que estuvo obsequiosamente Maru Campos durante muchos años.

Y como siempre, a los líderes que es obvio que en perspectiva se perderán, ya les endulzan el oído. No faltó el miserable que ya considera que la gobernadora que tiene un día en el poder está lista para ser presidenta de la república.

Es la historia de siempre. Y por encima de todo, reconozcamos que más allá de discursos pontificios, Chihuahua está dividido y no logrará su unidad mientras las muchas heridas que se padecen no cicatricen.

Ruido, mucho ruido.