Hace algunos años, en un restaurante de la Ciudad de México, don Julio Scherer García invitó a la plana principal de Proceso a una comida para celebrar algún aniversario de la revista. De fuentes confiables, de este acontecimiento surgió una anécdota que para algunos pudo pasar inadvertida, pero que, a la luz del tiempo, puede contener un significado que permita conocer el talante del gran periodista mexicano, fallecido en 2015.

Se dice que al término de la comida, a la hora de pagar, don Julio se adelantó a su secretaria administradora, y sacó un manojo de billetes para pagar la cuenta, en efectivo. Algunos de sus comensales se incomodaron, otros más lo tomaron a broma por el simple hecho de no estar acorde a la modernidad; es decir, por no pagar con, por ejemplo, un cheque o una tarjeta de crédito.

El notable liderazgo de Scherer en el Excélsior del que fue expulsado por Luis Echeverría, y en cuya salida se sumaron solidariamente otros grandes periodistas y colaboradores, y luego de su memorable estoicismo frente a la revista que influyó, quiérase o no, los destinos del país, resurge ahora que el equipo sobreviviente de este medio anuncia la que ha sido, seguramente, una de las decisiones más importantes cuan dolorosas de su historia: pasar de su periodicidad semanal a mensual.

En efecto, es inocultable que a Proceso le ganó la modernidad; no se actualizó a los cambios digitales de la época y ahora paga, de algún modo, las consecuencias.

Quizás les ganó la tradición, el arcaismo que vieron en la aparente ingenuidad de un director que pagaba las cuentas de su bolsillo y en efectivo. Tal vez el equipo sucesor no había encontrado fórmulas para estar al día, cuando otros medios han ido ganando espacio e importancia en el mundo digital desde hace algunos años.

Sobre esto pongo de ejemplo a SinEmbargo, Animal Político o La Verdad Juárez, por citar a un tercio, que desarrollan su trabajo periodístico de muy buen nivel, pero que se despliegan exclusivamente en el terreno de lo digital, en un país en el que, a decir del Inegi y del Ifai, más del 90 por ciento de los mexicanos hace uso de cuando menos un aparato de telefonía celular con acceso a internet.

Esto ocurre también en un país en el que, si bien el 71 de la población mayor de 18 años es alfabeta y ha tenido acceso a cuando menos a un tipo de material de lectura (libros, revistas, periódicos, historietas o páginas de Internet, foros o blogs), el promedio de lectura es de menos de 4 libros al año, un dato que según dichas instituciones, es el más alto registrado desde 2016.

Proceso se había tardado, pues, en voltear a observar las bondades técnicas, de uso eficiente de los tiempos, de las nuevas formas de investigación facilitadas por la tecnología y hasta de una nueva narrativa en cuanto a impacto ambiental, pero especialmente de las financieras; porque las publicaciones digitales dejan de lado el uso de tintas, papel, maquinaria de impresión, distribuciones complejas, entre otros métodos, cuyo desuso pueden contribuir a abatir costos, con el consabido choque que representa la utilidad de mano de obra para esas áreas, muchas veces boicoteadas por gremios y políticos que los manipulan, para sabotear sus procesos de producción y de entrega, cuando sus reportajes incomodan.

Eso, en cuanto a los formatos y despliegues de contenidos, porque, por otro lado, Proceso no ha cambiado y ha mantenido firme su promesa de ejercer un periodismo crítico, independientemente del color del que se tiñan los poderes del país, el económico, el eclesial, y especialmente el público, representado por los tres que conforman el Estado mexicano.

Durante las etapas de gobiernos priistas, y las más cortas, encabezadas por el panismo, fuimos testigos de cómo Proceso permanecía de pie frente a los embates de esos poderes políticos, algunas veces disfrazados de revolucionarios y otras francamente puestos al servicio de la ultraderecha. Desde Proceso, la oposición, la izquierda en sus muchas modalidades, representada nacional y regionalmente por diversos liderazgos históricos, se hizo eco para enfrentar la hegemonía del partido de Estado.

Sólo que ahora, argumentando un supuesto cambio de paradigma, la izquierda ceñida al poder representado por MORENA y su creador, Andrés Manuel López Obrador, muchos medios que no son afines al proyecto de la llamada Cuatroté, incluido Proceso, han padecido el desprecio presidencial. Ahora la incomodidad que provoca el periodismo de Proceso ha sido permanente para el que ocupa el Palacio Nacional, quien desde su púlpito mañanero sanciona “salomónicamente” quién dice “la verdad” y quién no. Metido en su papel, Proceso mantuvo su crítica hacia el poder y, de nuevo, ha sufrido las consecuencias.

Como resultado, la revista fue ahorcada financieramente desde Palacio Nacional, al ser excluida de sus pautas publicitarias. Desde 2022, dijo Francisco Ortiz Pinchetti, quien fue uno de sus más brillantes reporteros, el semanario no apareció ya en la lista de 450 medios informativos que recibieron contratos oficiales de publicidad. Según el excolaborador del medio, el gobierno de la Cuatroté, a pesar de recortes presupuestales, ha gastado anualmente 2 mil millones de pesos en publicidad, en una nómina que encabezan Televisa, TV Azteca y La Jornada. En términos más llanos, el 50 por ciento de ese gasto se concentra en diez medios a nivel nacional.

Lo que todos sabemos, pero que ahora muchos callan por conveniencia, es que el periodismo ejercido por Proceso durante décadas, desde que López Obrador formaba parte del sistema hegemonizado por el PRI, es que este personaje de la política es, aunque lo niegue, resultado actual de las luchas que la revista nunca reparó en ponderar en sus páginas, cuando la mayoría dependía de los designios del PRI-gobierno, como se decía entonces.

Pero es más cierto que la historia de hostigamiento se repite, casi 47 años después, a un grupo periodístico que poco a poco ha ido relevando a la generación anterior, pero que sido heredero de aquella camada de reporteros, analistas, escritores y cronistas que sentaron las bases del periodismo independiente nacional.

Contrario a lo que Pinchetti opina, en el sentido de que Proceso ha muerto, me parece que el equipo que produce la revista está frente a la oportunidad, ciertamente tardía pero recuperable, de entrar de lleno al mundo digital.

Quienes compartimos no sólo el gusto por el trabajo de Proceso, sino por su persistencia de sostener un periodismo, digno, agudo y crítico frente a los poderes, lamentamos lo sucedido, pero al mismo tiempo esperamos una transición que permita su continuidad.

Si para reporteros como Pinchetti la revista fue una causa, para muchos lectores como yo, supongo, somos el complemento de la tarea narrativa de un país que el poder se empeña en maquillar cada sexenio, pero que Proceso, con su perseverancia, se anima las más de las veces en pintarlo de cuerpo entero, desde la entraña, tal cual.