Aunque es de Tabasco, Andrés Manuel López Obrador parece de Jalisco: cuando pierde arrebata, o quiere arrebatar. Ayer la Suprema Corte de Justicia de la Nación, por 9 votos contra 2, le dio palo a su propuesta de reforma electoral. López Obrador tuvo, únicamente, los votos de la plagiaria Yasmin Esquivel y de la hipócrita y mentirosa Loretta Ortiz.

La derrota de López Obrador es en primer lugar su derrota, por tener en el Congreso de la Unión una agencia servil de sus designios, que además no saben hacer las cosas ni cumplir con los procedimientos debidos, como ya lo reconoció hasta la exsecretaria de Gobernación y también exministra de la Suprema Corte, Olga Sánchez Cordero.

La derrota es vergonzosa para la Presidencia, porque la Corte ni siquiera tuvo que entrar al fondo del tema, porque de entrada se violaron los procedimientos parlamentarios que obligan, porque son derechos de la ciudadanía para estar bien informada del procesamiento de agendas que le atañen de manera primordial.

En una actitud cada vez más cercana a la demencia de quien va perdiendo el poder, López Obrador ha incurrido en un desafío revanchista al acusar a la Corte y sus ministros –ahora hasta al mismo Saldívar– amenazando de que iniciará una nueva embestida al Poder Judicial de la Federación, a través de una iniciativa de ley, que no es otra cosa que un propósito de burdo democratismo, que nunca ha estado en vigor en el país, como lo dice mentirosamente.

Desde Chiapas gritó que los ministros de la Corte carecen de autoridad moral porque ganan sueldos mayores que él. Pero no dice que en todos sus proyectos de Presupuesto de Egresos siempre ha estipulado sus propios salarios y los de los ministros y demás funcionariado.

López Obrador se las da de humilde porque dice ganar 140 mil pesos al mes, todo un insulto para los pobres que dice representar; y vive en el Palacio Nacional, con servicio de menaje, costosísimo al erario, las 24 horas, y desde donde ya planea cómo prolongar su mandato con desafiantes iniciativas que quiere imponer hacia el próximo sexenio.

Por último, y ya que se las da de historiador, el presidente de la república miente cada vez que dice que ministros y magistrados fueron electos en el pasado de manera directa por el pueblo. Eso nunca ha sucedido, él lo sabe y lo ha escrito; a menos que, siguiendo la moda de los autores morenistas, a él también le escriban sus textos, que dicho sea de paso, tampoco son la gran cosa.

Cómo sufre López Obrador cada segundo que se aproxima el 2024.