Tanto la pandemia del COVID19 como la invasión a Ucrania aleccionan de que muchas cosas en el mundo cambiaron y como sucede con toda una transformación, unos las entienden y redefinen sus metas y otros, anclados en viejas y fosilizadas convicciones, permanecen inmutables porque se sienten bien con el aferramiento o porque así conviene a sus intereses.

Cuando esto acontece con los ciudadanos de a pie, con los hombres y mujeres como cualquiera, no pasa de ser algo significativo pero carente de la relevancia que cobra cuando se trata de personas poderosas que habitan espacios del poder público.

No hay asombro de mi parte, cuando veo que diputados del PT, Morena y un dinosaurio echeverrista como Augusto Gómez Villanueva, fundan en recinto parlamentario una sociedad de amigos con Rusia. Realizaron un acto verdaderamente bochornoso, premonitorio de desastres mayores en el régimen de la Cuatroté y que antepuso convicciones personales a su responsabilidad, transgrediendo principios constitucionales.

En pocas palabras, se pronunciaron en favor de la acción violenta y guerrista de los conflictos internacionales entre los Estados. Ucrania, su gente, su población civil, su destrucción y desolación les importó un comino. Hay una pretendida justificación que tiene en la mente un mundo bipolar en el que a la Unión Soviética se le tenía como abanderada de altos ideales de la humanidad (ahora sabemos que eso fue falso), desentendiéndose de que Vladimir Putin es una reedición del expansionismo zarista y una caterva de oligarcas que emergió después de la caída del Estado que fundaron Lenin y los suyos.

Pero no solo eso, en el discurso encontramos, el recuerdo del intervencionismo ancestral y criminal de los Estados Unidos en muchas partes del mundo, historia muy conocida. Con ello se pretende justificar que si este lo hace cualquier otro puede hacerlo. Y eso no deja de ser un argumento nulo.

En esa perspectiva binaria de buenos y malos, quieren colocar a Rusia en el primer extremo. Como lo hacen con Cuba o con Corea del Norte. No les regateo la libertad que tienen de adherirse a sus propias visiones, lo que les reconvengo es que contribuyan al desastre de la política internacional, miope y artesanal de López Obrador.

Es hora de renovar las condiciones actuales del planeta en este momento de inflexión, de esperar que la misma tiranía de Putin colapse con el desgaste que le deriva con cada hora de la intervención militar. A diferencia de Lenin, el exKGB Putin no entiende al teórico de la guerra Clausewitz: no hay que buscar triunfos con los que después no sepas qué hacer.

Reconozcamos las lecciones de la historia, la URSS no habría alcanzado su papel protagónico durante la Segunda Guerra Mundial sin el apoyo de Estados Unidos, lo documentaré en otro texto. Pero en todo caso, tengo para mí, que los amigos de Rusia, fósiles como son, están a favor de una quimera que cayó al fondo del cosmos cuando Gorbachov tuvo que irse e inició la era Yeltsin que le habilitó la ruta a Putin.

Al final, pero no al último, pensemos en cualquier ucraniano ordinario que ve la agresión a su país y lo hace patriota y defensor de su tierra y su cultura, de sus anhelos más profundos. Como lo hicieron los chinacos de Juárez cuando las naves francesas desembarcaban en Veracruz.

Estos amigos de Rusia pasarán a la historia de la infamia y el oprobio.

25 de marzo de 2022.