Hemos vivido años marcados por el uso y abuso de la historia y, cabe la aclaración, de lo que es historia. El campeón en esto es Andrés Manuel López Obrador, que hasta cuenta con el apoyo de un Lorenzo Meyer del que no se esperaba el papel que hoy juega.

Ayer, con tonalidades de drama histórico, se festejaron los éxitos que desembocaron en la elección del presidente.

La retórica fue barata y auto referente. No hay contraste con otras experiencias, tanto nacionales como internacionales, ni mucho menos estadísticas confiables. Lo válido es lo que diga el espejo –el único espejo– en el que se ve Andrés Manuel López Obrador sin siquiera voltear para los lados. Él es la verdad y la vida de la historia.

Pero, apenas se rasga un poquito el pelo que cubre esa realidad, y nos encontramos con que la pobreza ha crecido enormemente. Que la pandemia causó muerte y dolor ante la pasividad que se mostró durante los primeros tiempos que siguieron a su surgimiento. Las muertes por ejecución tienen números superiores a las guerras que se registran en el mundo contemporáneo. La Guardia Nacional es el grotesco disfraz de una militarización que está a los ojos de todos, y que además preocupa por sus consecuencias políticas.

Este es un pequeño manojo de lo que hay en este país que dice estarse transformando de manera histórica. Son los símbolos, nos dicen, aunque eso no se traduzca en nada sustancial para un desarrollo económico como el que el país requiere para salir del estancamiento y la tentación autoritaria.

Y por abajo ya están las tempranas pugnas por el poder político presidencial: que si la Sheinbaum, que si Ebrard, que si Monreal. Lo mismo de siempre: hoy le queman incienso al tlatoani, reservando en otra bolsa el copal con el que piensan ahumar al que creen será el nuevo mandón o mandona.

Ojalá y una oleada democrática marque un nuevo rumbo para el país. Aquí lo histórico se entorpece con un hecho que todos hemos visto: ni MORENA es un partido político real, mucho menos democrático, y su jefe actual, acusado de traidor por un coro muy grande, ni siquiera puede pronunciar un discurso, que por cierto era adulador y más ramplón que los que se pronunciaban en los viejos tiempos del PRI, la vieja casa.

Nada de histórico hay en esto, si por este concepto entendemos grandeza. Y es así porque pretender mover la rueda de la historia hacia atrás para encontrar a Luis Echeverría, más que trágico, es propio del género chico de las farsas de plazuela.

¡Tengan su historia!