El viejo demócrata, Javier Corral, acaba de ponerle un colofón a su vida política encerrado en una tómbola, de la cual salió como candidato plurinominal a un escaño en el Senado de la república.

De lograr el exgobernador panista esa meta, sería la tercera ocasión que se hospede en esa cámara, demostrando de paso cuánta verdad tenía César “El Tlacuache” Garizurieta, al afirmar que vivir fuera del presupuesto es vivir en el error.

Pero aquí no me preocupan tanto las monedas, en este caso como las que recibió el mítico Judas Iscariote, sino el visualizar la podredumbre de cultura política que se patrocina desde el poder, ahora por López Obrador, su instrumento MORENA, que lejos está de ser un partido político, y el deplorable papel que desempeña Claudia Sheinbaum, si es que acaso aspira, o le interesa, ganar Chihuahua en las elecciones de julio de este año.

Habrá quien piense que hablar de cultura política no tiene gran sustento, como lo han dicho algunos politólogos; en tal caso se valen los matices, y hablar de usos y costumbres que permean en todo los partidos políticos actuales, pero que se evidencian de manera grotesca en lo que sucede en MORENA a la hora de designar sus listas de candidatos, en particular a los que se les favorece con una carretera pavimentada, como es la vía plurinominal, que de hecho significa designar virtualmente a quienes van a ser, más allá del carácter electivo directo que tiene el voto.

Javier Corral, en su acercamiento a MORENA, es decir en el camino que recorrió para llegar hasta allá, acumula una buena cantidad de traiciones, empezando por la que se labra para sí mismo, pues para nadie es desconocido que dijo en voz de tenor que alcanza el Do de pecho, ofrendar su sangre por el gomezmorinismo y la vocación del PAN, del cual fue líder, y por el que fue diputado local, diputado federal en dos ocasiones, senador también en dos ocasiones, y gobernador del estado. No sólo eso. Aspiró a ser el presidente nacional de ese partido, por si fuera poco.

En la campaña de 2021, siendo titular del Ejecutivo estatal, comenzó a evidenciar su traición cuando tras bambalinas –y no tanto– apoyó a otros partidos en contra del suyo propio, entendiéndose con el entonces candidato morenista a la gubernatura, Juan Carlos Loera de la Rosa, para allegarle apoyos electorales, y hasta con Movimiento Ciudadano para prebendas menores.

Antes que renunciar abierta, oportuna y congruentemente a su partido, cuando correspondía hacerlo si hubiese cierto apego a una ética mínima, retrasó largamente su renuncia al PAN, trabajando en secreto su adhesión al partido de López Obrador, con el madrinazgo de Claudia Sheinbaum.

Para Javier Corral la traición es lo ordinario, aunque la virulencia de su discurso llevaron a pensar que era persona congruente. Ha practicado la retórica del engaño de manera sistemática.

Cuando Union Ciudadana le brindó la oportunidad de ser parte de esta trinchera anticorrupción, colocó un biombo para que no se viera que sus intereses eran de otro corte, y siempre pensando en su persona y en sus beneficios.

A partir de 2016, cuando asumió el cargo de gobernador, empezaron sus pasos traicioneros a la lucha cívica en contra de la corrupción; en particular lo ha manchado para siempre la protección y apoyo que otorgó al exsecretario de Hacienda de César Duarte y cerebro de la corrupción, Jaime Ramón Herrera Corral, y con la información que este le proporcionó llegó a creer, incluso, que se convertiría en un campeón de la lucha anticorrupción en el país, lo que dio materia, dicho sea de paso, hasta para alentar novelas de viudas negras.

Actualmente, y con ello no emito un juicio concluyente, el secretario de Hacienda de Javier Corral, Arturo Fuentes Vélez, está prófugo de la justicia, y en lugar de dar la cara por el gobierno de aquel, regatea a los chihuahuenses una rendición de cuentas donde demuestre su eventual inocencia. Y mientras esto sucede, es del todo increíble que pueda tener sustento el que MORENA, que usa como bandera la anticorrupción, acoja a Javier Corral.

Ya hay materia suficiente para concluir que el credo democrático del exgobernador nunca fue tal, o que al menos en algún momento de su carrera política lo extravió, porque el poder, el dinero, las buenas dietas, el vivir del presupuesto, doblan hasta al más templado. No es ni la primera vez que esto sucede, ni la única.

Corral sería una pieza más de las muchas que están en el almacén. Pero llama también la atención que este tipo de tómbolas, de paso hagan enmudecer a personajes como Francisco Barrio Terrazas, una especie de padre político de aquel, que no ha dicho esta boca es mía para explicar este fenómeno de chapulines panistas, que desde luego le obliga. La sociedad está en espera de una explicación de su parte.

¿Fue tan débil la persuasión de Francisco Barrio sobre Javier Corral durante su peregrinar en el Camino de Santiago, que no logró convencerlo de la de por sí ya nada mística “brega de eternidad” que tanto presumían los panistas de cepa? Cuando hablo de cultura política, me refiero a este tipo de cosas.

Pero este un tema sobre el que hay que volver.