El punto no es que la gobernadora haya sido salvada hace quince años por la Cruz Roja tras un accidente automovilístico; el meollo del cuestionamiento es que ya no tenga empacho alguno para felicitar públicamente a su mamá (hoy casi vicegobernadora, o como se decía en los setenta, el orgullo de su nepotismo) por haber sido juramentada como “presidenta honoraria” de aquella institución, con un evento ex profeso y en el mero Palacio de Gobierno.

Tampoco le causa indigestión a María Eugenia chica divulgar por la prensa de paga que el estado se ha “regularizado” en sus aportaciones con la Cruz Roja, algo que su delegado estatal, Óscar Armando Corral, pagó con un gesto de feudatario, tomándole la protesta a doña María Eugenia Galván. De nuevo, la pregunta que surge es, ¿regularizado de qué? De qué deuda habla Maru Campos, si en ese caso las aportaciones son voluntarias. La moda es presumir que se hace algo y con dinero ajeno, porque esa “regularización” debió pagarse con recursos de las arcas públicas.

Tal y como sucedía antes en el duartismo, la era maruquista mantiene la réplica conductual de que lo público y lo privado pueden mezclarse sin vergüenza alguna (en otras lenguas siguen reconociendo ese concepto como “cinismo”), pues le resulta toda una satisfacción personal y familiar felicitar a su mamacita por los cargos que ella, su hija, le ha encomendado:

“Mamá, me llena de orgullo y felicidad verte como presidenta honoraria del estado de la Cruz Roja Chihuahua y poder trabajar juntas en beneficio de esta institución. ¡Enhorabuena!”.

Que los hechos hablen por sí mismos.