La política exterior de Sheinbaum se ve silvestre
Esta columna ha señalado que el gobierno de López Obrador y el actual de Claudia Sheinbaum reportan un déficit y retroceso en materia de política exterior. El primero porque siempre dijo que la política interior iba a ser lo determinante, en un mundo en el que las interrelaciones prácticamente todo lo marcan; y la segunda porque no se quiere desligar, en los hechos, de esa visión estrecha y perniciosa para el país.
La política internacional mexicana debiera ser fundamental y manejada con profesionalismo y destreza. Pero en realidad lo que se observa es improvisación y embajadas que han servido para cooptar políticos del PRI, o de plano otorgar nombramientos que no se respaldan con personas acreditadas en toda la extensión de la palabra.
El ejemplo prototípico es que aún se mantiene a Esteban Moctezuma como embajador en Estados Unidos. Dijo Sheinbaum que “por lo pronto” ahí estará. Para nadie es desconocido el pasado político de Moctezuma: priista, secretario de Gobernación en tiempos de Zedillo, y empleado del magnate Ricardo Salinas Pliego, satanizado, pero en realidad todo un privilegiado por el poder político.
El canciller Juan Ramón De la Fuente parece un cero a la izquierda, y no tiene más currículum en la materia que haber estado en la ONU, lo que no es poco, pero tampoco suficiente para la conducción de la política exterior, justo en estos momentos en que Trump es una amenaza permanente.
Como la presidenta, para demostrar fidelidad a López Obrador ha continuado con sus mañaneras, a las que llama “del pueblo”, ha sido cuestionada válidamente por quienes observan nuestra política con el mundo por dar respuestas improvisadas y a botepronto, cuando todo mundo saber que la política exterior se debe cocer a fuego lento.
La muestra más palpable de todo esto es el escándalo que se ha suscitado por sus respuestas a un simple abogado norteamericano que atiende la causa de Ovidio Guzmán López, hoy testigo super protegido del gobierno de Trump.
Dicho abogado, Jeffrey Lichtman, en palabras duras y ajenas a la diplomacia, que no es lo suyo, acusó en el posicionamiento de la presidenta un par de contradicciones: uno, que Ovidio Guzmán sí es terrorista; luego entonces, pensaríamos que sí hay terroristas en México, lo cual había rechazado el gobierno mexicano; y dos, que el general divisionario Salvador Cienfuegos, acusado de proteger a los cárteles de la droga, se benefició de la impunidad a partir de su extradición a México, donde López Obrador lo defendió afirmando que la DEA había “fabricado una montaña de pruebas” en su contra.
Ahora que la presidenta se puso al tú por tú con el abogado de el Chapito, este la reconvino señalándola como “publirrelacionista del narco”, a lo que a Sheinbaum replicó imponiéndole el mote de “abogado de narcotraficantes”, y advirtiéndole que presentaría una “demanda” —en realidad es denuncia penal— por difamación, lo que deja la lección, muy lamentable, de que la jefa de estado mexicana no tiene ni porqué responder, y menos “demandar” por un delito que ya ni siquiera lo es en nuestro país, algo que también exhibe que la cancillería y la Consejería Jurídica anda fuera de foco.
Cuando este tipo de hechos acontecen, en el mundo exterior se ve a nuestro país en pañales y silvestre.


