merodio2-10jul2014

Como se sabe, la piedad es una virtud que está bajo sospecha, porque el que la asume es frecuente que lo que busque es una satisfacción personal o remediar algún entuerto en el que se ha metido por cualquier causa, más cuando ésta raya en la traición y en lo abyecto. La senadora Merodio votó a favor del IVA en la frontera, su tierra natural, luego de haberse comprometido con los juarenses a defender sus intereses. Eso no lo han olvidado quienes ven el desempeño tan gris de la legisladora priísta. Ahora, en la coyuntura que ha vivido el país, tuvo un desempeño deplorable –conjuntamente con todos sus compañeros de partido en la Cámara de Senadores, en la de diputados y también con el concurso de la diputada panista Rocío Reza– porque ha dado un golpe a la Constitución que reformó no ha mucho en materia de telecomunicaciones. Resulta que ahora vota disciplinadamente las órdenes de Enrique Peña Nieto, en los términos que lo hubiera hecho una botarga parlamentaria en una república soviética, y lo hace sin mayor rubor que el probable maquillaje que emplea para su cuidado diario. Sabe que sus bonos se cayeron entre los ciudadanos, primero por el IVA, después porque emite leyes constitucionales para traicionarlas de manera artera. Sabedora de su circunstancia, no le queda más recurso que el cosmético que le da la publicidad de que ella sí se conduele de la gente en estado de desgracia.

Humanitaria como es, constató directamente –in situ se dice en latín– la desgracia que azuela a doña Martina Meraz Madrid, que perdió a su nuera embarazada en un incendio en semanas pasadas, que a la vez la dejó con una casa con enormes daños materiales. Se conduele la senadora del viacrucis que tuvo que recorrer la señora Meraz Madrid para encontrar refugio a sus hijos, sobrinos. ¡Ah!, pero un día fue a la oficina de enlace de Lilia Merodio, la contactó y, ¡oh, sorpresa!, obtuvo la respuesta a sus necesidades. Entonces aparecieron blocks, cemento, mortero, tablones, láminas, de esas que frecuentemente se ven en tiempo electoral, porque según la parlamentaria –que realmente no parlamenta nada– “en una comunidad nadie puede permanecer ajeno a una tragedia como la que han vivido” Martina Meraz y sus parientes. La Merodio es una senadora que se apiada y que además lo hace con los reflectores de los medios que la ven humanitaria extendiendo la mano a los pobres. Para ella, esta tragedia que conmovió, demuestra que “no sólo hay que conmovernos, también hay que actuar, con lo que podamos aportar, pero haciéndolo con el corazón” (¡ay, ternurita! ¡snif, snif!).

Pero también es cauta y reconoce: “…tal vez (duda que puede matar a un priísta) no es la función de una legisladora hacer apoyos de casa en casa (dicho sea de paso, jamás acabaría), pero como ciudadanos no nos podemos quedar con los brazos cruzados ante el dolor y desesperación de una familia”. O sea, el cargo senatorial en la visión de aquella canción que cantaba Toña La Negra, “Piedad, piedad para el que sufre; piedad, piedad para el que llora” (doble ternurita). Claro que esa piedad si no se publica, si no se propala abundantemente, deja de tener sentido, así doña Martina se tenga que ir a la porra.

¿De qué se trata?: ni más ni menos que de una cortina de humo para que no se vea la puñalada que le clavó en la espalda a los chihuahuenses y a los mexicanos, al desdecirse de su voto de reforma constitucional para votar luego las leyes reglamentarias que la niegan. ¿Será que, siguiendo la tonadilla de Toña La Negra, lo que busca es un poco de calor? Qué lástima que doña Martina Meraz Madrid sufra este atentado a su dignidad y no se dé cuenta, en la adversidad que padece, que están utilizando su tragedia y el real dolor que ha de sentir por la muerte de su nuera embarazada.