Ingenuos seríamos si hubiéramos querido reclutar a Enrique Peña Nieto como miembro distinguido de Unión Ciudadana para luchar contra César Duarte. Su posición como presidente de la república lo coloca, entonces y ahora, no en la neutralidad, no en la equidistancia con relación al corrupto y su pandilla, sino en el estricto papel de cabeza del Ministerio Público Federal. Peña Nieto con relación a la Constitución no se puede declarar neutral, ahí están descritas sus obligaciones, sus facultades. De tal manera que cuando él quiere ponerse por encima de corruptos de la estirpe de Javier Duarte, César Duarte, Ricardo Borge y otros, es dable pensar que en su fuero interno no tiene nada personal en contra de ellos (al contrario, se ha beneficiado de sus oficios en materia económico-electoral); pero eso es lo que menos importa, lo que realmente interesa en concreto es que él es el titular de la acción penal que se delega por nombramiento en quien ocupa, por su decisión, la cabeza de la PGR.

No desconozco también que en una escala de 1 a 10 quizá ronde por sus deseos el 0.000000001 por ciento de deshacerse de delincuentes como César Duarte, Jaime Herrera o Carlos Hermosillo Arteaga. Pero eso también importa poco. Aquí de lo que se trata es que hay un expediente y hay responsabilidades públicas inexcusables para actuar. No hacerlo, el resto se reduce a complicidad, a seguir patrocinando el régimen de corrupción e impunidad imperante en el país.

Así es de que a Peña Nieto solamente podemos decirle: ¡Tenga su neutralidad!