Seguro estoy que ayer, resurrección, lo que se llama resurrección, no sucedió en la política electoral. El peso de la inercia terminó por imponerse, y aunque los candidatos piensan mucho en términos litúrgicos, las cabras tiran siempre al monte. A la hora del arrancadero se le quiere dar un gran mensaje para que la ciudadanía lo capte y, se supone, ubique a cada quien en su lugar. Sobra decir que para los ciudadanos esto no figura en sus preocupaciones y tiene el peso de lo evanescente. 

Sea como sea, los empeños de los candidatos se decantan en ese propósito. Veamos dos ejemplos singulares: María Eugenia Campos Galván pretende sacarle todo el jugo al problema hídrico de Chihuahua, conflicto que ocupó la escena el año pasado y tuvo por epicentro la más grande presa de almacenaje en el estado. Se fue a La Boquilla, a donde se supone que muy difícilmente podrán arribar las brigadas y avanzadas morenistas, su candidato incluido. Para Juan Carlos Loera, toda la cuenca del Conchos es su principal dolor de cabeza, reforzado por su declaración de que nuestra agua pertenece a los Estados Unidos, insinuación producto de un dislate de su lenguaje. 

Loera de la Rosa dio el banderazo durante los primeros segundos del pasado domingo y en la que considera su plaza fuerte, que está en disputa en más de un sentido, desde el momento en que su partido, MORENA, cobró el rostro del duartismo, el panismo y hasta eso que, con licencia del lenguaje, podemos llamar “tetismo”. Su biografía lo ata al viejo Paso del Norte, ahí lo conocen y tiene algunas querencias. 

En otras palabras, en una guerra de posiciones, cada quien busca su fortaleza, aunque la guerra actual es de movimiento. Pero llamó mi atención que Carlos Loera haya iniciado, de hecho, su campaña publicando un artículo que tituló “Llegó la hora”, que por publicarse en domingo, obviamente se escribió con la antelación de varias horas, días quizá. 

Se trata de un texto ordinario, los “editoriales” difícilmente rompen esa calidad, pero es de observarse que se sustenta en quince párrafos, donde se repiten todas las canciones que entona como retintín la tribu morenista. Quince párrafos en los que se da cuenta apretada de su propia biografía, para refrescarle a los juarenses quién es y qué busca en la vida. 

Pero eso no es, a mi juicio, lo más importante y revelador. En quince párrafos invoca por su nombre trece veces a Andrés Manuel López Obrador. Si ya le dio la candidatura, justo es que se lo agradezca; el problema es que ahora necesita más allá de ese voto, y aferrarse a los milagros de un gran santo, al menos en Chihuahua, suele no redituar absolutamente en nada. 

Pero qué podemos esperar, así es el culto a la personalidad propia de las dictaduras de todo tipo y, en esencia, la oferta principal de esta candidatura: obedeceré, palabra a palabra, todo lo que instruya López Obrador, el gran arquitecto de eso que se llama “Cuarta Transformación” y que aquí nuestros paisanos perciben –hay una sensibilidad a flor de piel– como centralismo extremo, y eso lo detestan. 

En pocas palabras: Andrés Manuel, llegó la hora de loarte, o como dijo Ramón López Velarde de Cuauhtémoc, “…único héroe a la altura del arte”. 

A final de cuentas, cada quien tiene el domingo de resurrección que mejor se le unta a su alma y cuerpo.