Ayer se reunieron el delito y la política en Delicias, Chihuahua. Jaime Galván dispuso manteles blancos y largos, vinos de la casa, para la mejor gloria de Javier Garfio Pacheco. Entre los comensales el mensaje fue inocultable: Jaime Herrera Corral, hoy por hoy con las claves de las cajas fuertes del cacicazgo, patentizaron la pretensión de que el negocio llamado Chihuahua no se les vaya de las manos. Como la corrupción política es un negocio que deja enormes ganancias, se lanzó una especie de escuadra, ingenua para mi gusto, para posicionar al ballezano Garfio con rumbo a la gubernatura del estado. Poca lectura certera para entender los tiempos: hoy por hoy, entre más cerca esté el pretendiente del alto cargo del cacique, más distante está de ganar la candidatura. Aunque cosas veredes.

Así las cosas, el sarao galvanista tiene más tintes de despedida y celebración fúnebre que de futuro real en ese proyecto de poder. De todas maneras, el descendiente de un poderoso militar, venido a vitivinicultor y cazador de bisontes, invierte bien sus ganancias, porque a final de cuentas negocios son negocios y el Banco Unión Progreso bien vale una comida, que ya tendrá oportunidad de hacer muchas otras.

 

La comedia del pícaro José Luis Flores

José Luis Flores
José Luis Flores, delegado del CEN del PRI.

En algún pasaje de Marx sobre el filósofo Hegel (me estoy poniendo grave este fin de semana), dice que la historia suele repetirse, primero como tragedia y después como comedia. En Chihuahua podemos partir de ahí para comentar la llegada a la entidad del delegado del CEN del PRI, José Luis Flores, vecino de las colonias de San Pedro. Es una realidad que después de haber tenido a Artemio Iglesias Miramontes, con todo su arsenal de dichos, retahila, paremiología, que lo consagraron en las mentes de estrecha frente como el filósofo de Rubio, leer o escuchar a José Luis Flores deviene en una especie de comedia propia del llamado teatro chico. ¡Cómo si estuviéramos para pícaros!