Siempre ha sucedido, es una historia cargada de botones de muestra. Corre la versión de que Jesús Zambrano, presidente nacional de los restos del PRD, estará aquí con motivo del registro de la candidatura de María Eugenia Campos Galván, porque es su abanderada, como es del dominio público.

Zambrano, en tiempos ya remotos, si los medimos a la luz de una vida, fue miembro de la Liga Comunista 23 de Septiembre y durante la primera etapa de su estadía en el PRD fue miembro de una llamada “trisecta” que agrupaba –así se suponía– a la ultraizquierda que dio abrigo el partido del llamado “sol azteca”. 

Si damos un tranco todavía más dilatado, lo vamos a encontrar firmando el “Pacto por México”, con Peña Nieto a la cabeza, flanqueado por los líderes panistas. A esto se le puede llamar, quizá con ironía, dialéctica de la traición, y claro que para ellos “traidor” sería una simple actualización para estar en el mundo de los negocios de la política. 

Zambrano es prominente miembro de un grupo que se llama “Los Chuchos”, por su nombre, que casi corre parejo al de otra figura de igual talante: Jesús Ortega Martínez. Ambos, al final de cuentas, se quedaron con el PRD que ya no es un partido, sino una franquicia, que se vende al mejor postor. Por eso no extraña que en estos días pueda estar en Chihuahua acompañando a la alcaldesa con licencia.

Ambos propietarios del PRD se eternizaron en las diputaciones y senadurías, colocaron a sus amigos a diestra y siniestra; a sus esposas las hicieron parlamentarias al más puro estilo de la partidocracia podrida. 

Por eso el PRD es un cadáver, partido satélite, y, al final, nada más natural que venga a cerrar filas por acá con una candidata cuestionada. 

Nada nuevo bajo el sol. Sí, bajo ese sol que de tan negro dejó de brillar hace mucho.