
El Poder Judicial al garete
Difícil es reformar. El genuino reformador político no miente; tampoco, como el revolucionario, ofrece un mundo mejor, nuevo, un “ahora sí todo será diferente”. Quien reforma con autenticidad llega con un plan vertebrado que contiene lo fundamental, lo esencial, aunque no abarque el cien por ciento de los problemas a resolver.
México ha sido un país con reformadores de renombre; así lo han reconocido pensadores notables, entre ellos Octavio Paz en su afamado Laberinto de la soledad, que marcó al país desde mediados del siglo XX.
Ahora bien, reforma y reformismo son dos términos que se acostumbra usar como ropajes de simulación y engaño, y no pocas veces se traducen en el anuncio de calamidades que fatales llegan en el intento, torpe e impensado, de cambiar lo que está establecido.
Hay barruntos que nos dicen que la “reforma judicial” recién inaugurada es de esa especie. En poco tiempo de instaurada hay signos que nos advierten del problema. De entrada, su falta de legitimidad, por tratarse de una elección sin ciudadanía presente; por otra parte, la instalación de los nuevos e improvisados juzgadores, de los recién llegados. Llevará tiempo hacer una valoración contundente al respecto.
En esta entrega se quiere abordar, en parte, lo que pasa en estos días con el Poder Judicial en Chihuahua. Su presidenta actual, Marcela Herrera Sandoval, anunció que realiza un “diagnóstico” en los límites de lo que se llama “entrega-recepción” entre los que se fueron y los improvisados que llegan. Se señala que será individual, órgano a órgano, para detectar rezagos y plantear ajustes (¿ajustes?, ¡por Dios!), y que el personal, llamémoslo así, ha mostrado “disposición para continuar” en sus funciones.
Se anuncia, empleando un lugar ya tan común que por eso no significa nada, que habrá “planeación estratégica institucional”, desde luego con plazos cortos, medianos y largos.
Ese lenguaje ordinario, de circunstancia, para salir al paso, denota esa improvisación reiterada, que llegó al puerto sin plan de navegación, sin mapa, sin brújula, sin dirección. No está ausente lo que ya es máxima o lema de la burocracia mexicana en el modo de hacer las tareas: “‘Ahí se va!”.
No vamos bien y lo estarán pagando los justiciables. Cobrarán, y bastante, los encumbrados, con sueldos nada franciscanos, y desde luego los abogados truhanes que menudean por los juzgados.
Es así porque a la casta que ejerce el poder, al frente de la cual está hoy Maru Campos, la elección judicial sólo le sirvió para terminar de desmantelar las instituciones.
La reforma judicial fue algo así como poner los bueyes atrás de la carreta. Estábamos mal, y todo indica que estaremos peor. Ni reformas, ni reformistas. Estamos al garete. Gatopardismo del peor.
