Si Carlos Marín Martínez, director de Milenio, se hubiera ejercitado en imitar una conocida fotografía del dictador chileno, Augusto Pinochet, no lo habría logrado, ni en la arrogancia, prepotencia, gestos de cara dura, engreído y soberbio que alcanzó su rostro de payaso durante la entrevista colectiva a Andrés Manuel López Obrador. Todo el país lo vio y dejó un sentimiento de vergüenza ajena, en otros de piedad, no por él, sino por un entrevistador miserable.

No se comportó como un periodista profesional, de los que necesita mucho el país, comunicadores que atiendan, además, las elementales recomendaciones de la más tradicional retórica, mucho menos como un constructor de diálogos.

 

Entrevista de periodistas de Milenio con AMLO

 

Parecía que quería exaltar el problema que le representa la candidatura del tabasqueño, olvidando lo que dijo E.M Cioran: “El peso bruto de un problema se calcula incluyéndose, subiéndose a la báscula”. Carlos Marín es de esos periodistas que le sobran al país, que enrarecen el paisaje político. Ni lástima siento al advertir que no se da cuenta; está enajenado en su envidia, en su mala entraña, y quiere endilgárnosla desde su tribuna, materialmente grande, por cierto.

Por rábulas como este nuestro país está así. Y que conste: estoy lejos, muy lejos, de quemarle incienso a MORENA y a su líder único.