Columna

El oráculo Patricio Martínez

Ya se libra una batalla, sorda, pero al fin y al cabo batalla, por el control del PRI de Chihuahua. Se trata de un partido herido de muerte pero lamentablemente con cierta vida. Patricio Martínez García dijo a tiempo, a la hora de la alternancia del año 2000, que para el viejo partido “había vida después de la muerte”, empleando una metáfora puesta al servicio de la resurrección política. Ahora, de nuevo, y a cuatro páginas, ha salido a la palestra con una ambición precisa: apoderarse del aparato, hoy a contracorriente. Y son cuatro porque dos corresponden propiamente a la entrevista que le publicó el domingo pasado el Heraldo de Chihuahua a cargo del doctor Javier Contreras, y otras dos, inexplicables, si no fuera porque también se refieren al ocaso de Julio César, el romano, que al ir cayendo herido de muerte le preguntó a Brutus: “¿Tu quoque, Brute, fili mi (Tú también, Bruto, hijo mío)?”, insinuando de manera muy obvia que detrás del resultado electoral reciente hay una traición que la potenció. Dicho en otras palabras, el primero que levanta la mano como albacea de lo que queda del PRI, es Patricio Martínez; habrá otras, seguramente, y se irán desgranando conforme pasan los días. Dentro de esas otras va a estar el duarte-serranismo, con un camino cargado de abrojos, porque para ellos la derrota fue devastadora; otra vertiente es el anquilosado grupo de los Baeza-Meléndez –el sobrino y el tío– que en la faena del fracaso exhibieron miseria de talento, más lo que se acumule si se abre un proceso de balcanización en el que hasta negros personajes como Murguía Lardizábal aspiren a ser capos de región.

En ese contexto, el emergente Patricio Martínez merece más de un comentario. Dejaré de lado su fariseísmo, su cinismo, su doblez, su hipocresía, su cretinismo que escurre de las páginas a través de las cuales se expresó, tanto en la entrevista como en la reseña del increpado Brutus, pues no olvido que cuando se defendió del juicio político (2007) con el apoyo del que entonces fue su banderillero, César Duarte, se comparó precisamente con un Julio César que tenía que morir. De él me ocupé en mi libro El crimen sí paga, que conviene releer. Pero dejando eso atrás, que si bien no es historia inerte, hay que tomar en cuenta que este personaje de la política local, en 1992 se levantó con el triunfo electoral por la alcaldía de Chihuahua, de donde pasó a ser efímeramente diputado federal para regresar con la candidatura a gobernador en la mano y desbancar el único gobierno de alternancia que hemos tenido hasta ahora. Le intelige, por tanto, al tema. Les puede decir a los priístas que su visión representa una posibilidad, y aquí es donde conviene que todos nos demos cuenta de su actuar en esta coyuntura y en el futuro inmediato.

Empiezo por lo esencial y lo sintetizo en una frase: localmente César Duarte es el colofón (como vendedor de libros Patricio sabe lo que significa esto) del gobierno de Martínez García, con el intermedio del gobernador de la incuria y la mediocridad que caracterizó a José Reyes Baeza, al que coloquialmente podemos decir que como dueño del circo le crecieron los enanos. Si bien el autoritarismo y la corrupción en México y el estado tienen raíces más profundas, el que hemos padecido actualmente se originó precisamente en 1998; no se nos debe olvidar ni los estilos ni los contenidos con los que gobernó Martínez García, cuál fue su trato al feminicidio y a las mujeres derechohumanistas, la violación sistemática de los derechos humanos, su colusión con el crimen, su enriquecimiento, su vínculo con el crimen organizado en torno al cual hay copiosas evidencias documentales, los homicidios pendientes de castigo que ya se han olvidado y, para compendiarlo en una frase, su papel de lirón en el Senado de la república.

Por boca de Patricio habla el cinismo del hecho consumado: reconocer una derrota que César Duarte no ha hecho; ofrecer una política de concordia en la que nadie cree, y menos él; preconizar el ejercicio de una oposición responsable y, con largueza, hasta se cree titular de la prerrogativa para reconocer que Javier Corral ha madurado, y en función de eso, también su triunfo. Palabras, palabras, palabras… En el fondo lo que está es ganar la primicia de salir a hablar a la sociedad, pero siempre pensando en que “hay vida después de la muerte”, de que el PRI puede regresar para que todo continúe, y si es con él como patriarca, qué mejor. Es el pariente del muerto que en el funeral mismo se abalanza por la masa sucesoria.

Y cabe la pregunta: públicamente, ¿qué hizo Patricio Martínez García los últimos meses? Apoyar al duartismo y a Serrano, quizá en privado permitirse una que otra opinión a sotto voce, práctica muy común en un escenario de güelfos contra gibelinos. ¿Y vio la corrupción y el hartazgo con el duartismo? Por supuesto, pero se lo calló, y ahora nos viene con la peregrina idea de que los agentes de Tránsito tienen la culpa por andar multando a diestra y siniestra, sileniando, por ejemplo, el escándalo Banco Progreso. ¿Miopía? Claro que no. Es que Patricio sabe que mañana estará sentado con los que se van de vacaciones y en la bancarrota política: Duarte, Serrano y sus cómplices. Pero porfía Patricio y por eso ha salido en la primera toma de palabra significativa después del 5 de junio, incluso mucho antes que el cacique que hoy propone diálogo y persevera en mantener la puerta cerrada del Palacio de Gobierno.

Al final, pero no al final, hoy nos viene con la trillada frase de que la política no la hace el espíritu santo. Y, en efecto, de existir no se ocuparía de cosas tan sucias. Pero cuando Duarte ofició, del brazo de Miranda Weckmann, su propia consagración, seguramente estaba en algún retiro espiritual.

No te equivoques, Chihuahua, tras esa palabrería se oculta la política del privilegio, los negocios, la corrupción y la ya, al parecer eterna, restauración del priísmo que se intenta y se intenta porque hasta ahora no hay nadie que se haya planteado con seriedad un nuevo proyecto de nación, porque hay una disputa por la nación, no lo olvidemos.