El Heraldo de Chihuahua, a pesar de su senectud y sus 95 años, nunca alcanzó la mayoría de edad. Los que nacimos a la mitad del siglo pasado lo reconocemos como un abyecto medio, siempre al servicio del poder. Un tiempo se encadenó con el coronel José García Valseca, hombre de paja del poder presidencial, que en muy poco tiempo se convirtió en el magnate de un conjunto de diarios en buena parte de la república.

Medio se salvaba la cadena por el periódico Esto, que era obligado referente para todas las crónicas deportivas, porque en ese medio era prácticamente imposible cambiar a los triunfadores de alguna justa.

El Heraldo de Chihuahua y sus iguales en la república, en los tiempos de la Guerra Fría, se vinculó al más ruin de los anticomunismos imaginables. No tan sólo hablaban por los Estados Unidos, en relación al conflicto de Corea o de Vietnam, y en general de la descolonización del mundo, sino que perseguían a los mexicanos que pensaban distinto, generando en su contra un ambiente persecutorio.

El Heraldo en Chihuahua decía lo que el gobierno quería que se dijera, y punto. A los que no estaban en ese ámbito, se les daba tratamiento de “enemigos de la sociedad”.

Recuerdo que alguna vez un grupo de ciudadanos tratamos de publicar un desplegado, pagando la “tarifa política”, y su director nos contestó que “ni pagando el triple” se publicarían nuestras opiniones. De ese tamaño era la política del medio hacia la sociedad.

No es de extrañar, entonces, que durante una etapa, la cadena de García Valseca se nutriera de fascistas, confesos y declarados, para ponerlos al frente de tareas políticas de los periódicos. Así llegó, por ejemplo, Javier Contreras Orozco, cuando El Heraldo frisaba los sesenta y tantos años.

Las insurgencias políticas fueron maltratadas de la manera más vil, tanto las invasiones campesinas de los años sesenta, como la guerrilla de 1965, las luchas estudiantiles del 68, del 72 y del 73 en la Universidad Autónoma de Chihuahua. Los movimientos obreros fueron calumniados, y la información alterada, para satisfacer los intereses del gobierno.

Cuando llegó la insurgencia electoral del PAN en 1983, y luego en 1986, El Heraldo de Chihuahua fue pieza clave para burlar la voluntad popular.

Este periódico tenía como ventaja el que prácticamente era un monopolio, y sus finanzas nunca estaban mal porque el dinero público lo respaldaba todo, aparte de nutrir de chayote las salas de redacción.

Cuando llegó la competencia periodística, medio abrieron las puertas, pero siempre con la capacidad de veto de lo que no fuera concordante con el poder.

Y la ruina le llegó cuando otros medios de comunicación aparecieron y se convirtieron en alternativas de información. Entonces, se tabloidizó. La era digital y las redes, preeminentemente en manos de la sociedad, prácticamente les dieron el tiro de gracia.

Pero no murió del todo. Ahora que cumplieron 95 años, se confirma que el oxígeno puro de las finanzas estatales lo mantiene con vida. Tanto es así que el pasado sábado, y con motivo del cumpleaños de El Heraldo, se dispuso no una alfombra roja, sino un tapete de la ignominia, con portadas que suponen históricas. Y por ahí transitó, de nueva cuenta, el poder instalado: María Eugenia Campos, sus funcionarios, los adictos al PAN, como Fernando Baeza, Patricio Martínez. Todos aplaudieron la larga vida del periódico. Y cómo no, si les prestó grandes servicios para mantener excluidos a los ciudadanos de la cosa pública.

Hay fotos que debieran avergonzar a estos políticos, en particular a la gobernadora, que pronunció un lastimero discurso en referencia a la historia, aunque esa historia haya sido truculenta contra el partido al que pertenece.

Cuando vi el banquete al que se invitó con motivo del aniversario, me recordó aquellas escenas, cuando todos los gobernadores de los estados, y el presidente de la república, le hacían un banquete anual a Carlos Denegri, el personaje oscuro de la novela “El vendedor de silencio”, de Enrique Serna. Aparentemente el banquete lo paga el periódico, en realidad se sufraga desde el poder. Se autofestejan porque son iguales.

Todos los asistentes recibieron ejemplares de diversas épocas de El Heraldo y se retrataron contentos exhibiéndolos. Seguramente la de Francisco Barrio derrotado en 1986 no estuvo, y si acaso se hizo presente, no se la dieron a María Eugenia Campos Galván.

Todos al unísono aplaudieron como focas. Qué vergüenza.