Han ido brotando las precandidaturas priístas para los municipios y al Congreso del Estado. Constituyen motivo de vergüenza hasta para el mismo priísta común y corriente, que a final de cuentas aspiraría a echar mano de mejores cartas o gallos, de acuerdo al argot muy propio del vetusto partido. Lo que sucede hoy en el partido del cacicazgo semeja la pretensión mafiosa de imponerse a través de un gran reparto que se desentiende totalmente de lo que se mueve en la sociedad, en la opinión pública, y en particular en eso que podríamos llamar el sentir ciudadano. Esta negra historia empieza cuando para hacer candidato a Enrique Serrano se les escrituraron a Héctor Murguía y a Lucía Chavira las candidaturas de Juárez y Chihuahua, respectivamente. Se demostró que en una mesa de póker se puede rematar a un partido ya inerte, porque en realidad se trata de un aparato en manos de unos cuantos capos de la política: Peña Nieto, Beltrones, Duarte.

Encerrados en cuatro paredes toman decisiones para imponérselas a todos, y no es cosa de un estilo partidario que en el pecado llevara la penitencia; no olvidemos que el PRI no ha perdido su calidad de partido de Estado y lo que sucede dentro de sus límites al final nos afecta a todos. Cambiando lo que haya que cambiar, porque tampoco se trata de exagerar, el PRI tiene algo de partido totalitario. Así es como podemos llegar a la conclusión de que las prácticas en el PRI se han tornado en algo que no tiene que ver con la política sino con el oficio de los malos sastres, en realidad de los remendones.

Ya hablamos del primer remiendo, que tiene que ver con el pedazo más grande de ciudadanía y economía del estado que radica en Juárez y Chihuahua. Juárez para el inefable Teto; Chihuahua para Marco Quezada, en desmentido de su afán nivelador de pisos ondulados, que quedaron más lisitos que los que se hacen con productos de Interceramic. Pero no estamos en presencia del arte de armar un rompecabezas con pericia de político que teje pacientemente. Lo que estamos viendo es que el gran reparto es remendar aquí, allá y acullá. Y basta que un politicastro de medio pelo se haya enojado para que se convierta en un parche y remendar el traje tricolor. El mejor ejemplo lo tenemos con la reciente designación de candidatos en los distritos electorales que figurarán en la papeleta electoral para transitar de ahí al Congreso del Estado.

Nos encontramos en el traslape de parches a los que provienen del charrismo sindical: Jorge Arizpe, Isela Torres, René Frías. Del pago a quienes pudieron ser levantiscos y al final se conformaron, como Pedro Domínguez y el porro duartista, Fermín Ordoñez, sobre el que pesa una fundada Queja de Unión Ciudadana, que se tramita ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos y que importó un bledo cuando de paliar inconformidades internas se trata. En otras palabras, un parche aquí, un parche allá. No se dan cuenta, y mucho menos asumen, la moraleja de un refrán, por cierto desconocido: “Lo que ya ha sucedido es igual que un plato roto en mil pedazos. Por muy esforzadamente que lo intentes, ya no podrás devolverlo a su estado original”. Allá ellos y allá todos si los dejamos pasar a la hora de la elección.

Y ya que hablamos de refranes, ahora sí gustaría de calificar al PRI de un partido que ya sólo exhibe miserias, decadencia, ruina. Un partido que hasta a los propios avergüenza, aunque callen por la abyecta y tradicional disciplina. No hay duda que este refrán es el que mejor le viene al traje que ya se mide el sucesor de Duarte: Enrique Serrano: “El PRI tiene más remiendos que capa de pobre”.