La gran concentración ciudadana del pasado 28 de febrero ofrece la oportunidad de realizar varias lecturas de importancia. Hoy nos interesa simplemente puntualizar una lección que arroja de manera indubitable: César Duarte tiene miedo. Miedo a los ciudadanos y ciudadanas que lo repudian, al ejercicio libre de las libertades, al empleo de la legalidad para encarar una manifestación de manera identificable y segura, recurriendo al modelo fascista de entrometer escuadras de camorristas que aparentemente actúan a impulso propio pero que cuentan con la colaboración y el respaldo de los cuerpos represivos. Estudiar meticulosamente lo que sucedió el 28 de febrero es realizar la anatomía de los procedimientos tiránicos para pretender sofocar las libertades. César Duarte pensó que se le teme, pero realmente el saldo es que el temor está con él, que es presa del miedo. Prácticamente el miedo a todo.

No es hora de regresar a etapas anteriores al movimiento de Unión Ciudadana. Este movimiento ayudó a la superación de pavores y espantos. Y hay una razón, entre muchas, que nos lleva a esa conclusión. El armado del expediente, es sólido e inobjetable de cómo se comportó un cacicazgo a la hora de agredir a un pueblo por atreverse a ejercer un conjunto de derechos constitucionales que tienen que ver con garantías como las de libre tránsito, asociación, libertad de pensamiento, libertad de expresión y derecho a manifestarse en la vía pública. Ese expediente, que habrá de circular en todo el país y trascender a los diversos sistemas de protección de los derechos humanos, se convertirá en la más fuerte denuncia que ningún gobernante chihuahuense ha recibido en su contra. Alto el costo que tendrá que pagar Duarte por ello.