Los últimos días del dictador chileno Augusto Pinochet se vieron caracterizados por su grotesca pretensión de aparecer ante la sociedad andina bajo la investidura de un bonachón abuelo entrado en años. No le valió de nada. El referéndum por el “NO” a su sanguinaria tiranía muy pronto se ganó como reclamo de una sociedad en el hartazgo con un gobierno surgido del intervencionismo imperial y el crimen. Decimos esto porque ahora toda la publicidad en torno al quinto informe de César Duarte gira sobre una doliente cara que tiene como telón de fondo el percance de su helicóptero carbonizado. Pretende pasar con una nueva fachada al imaginario colectivo. En las calles y lugares públicos de reunión la gente de a pie opina que antes que cortarse el bigote debió cortarse las uñas. Pero a él poco le importa. Hoy aparece con cara de niño bueno y bien fajado para la recuperación, menos de su columna vertebral que de la opinión generalizada que de él se tiene.

Para enmarcar todo esto, se ha empleado toda una extensa entrevista, obviamente con el personaje debidamente instalado en una cama de hospital. De alguna manera, para entender los costosísimos espectaculares, los cientos de páginas de papel en los periódicos, el bombardeo a través de los portales digitales, no se comprende el sentido de este fraude mediático para la manipulación de la opinión pública. La entrevista le da marco y el resto se queda en mera publicidad.

No me detendré minuciosamente en la entrevista ni todo el dispositivo que la rodea. Me interesa abordar tres o cuatro aspectos. En primer lugar, destacar que César Duarte ya mordió el polvo al recurrir a una imagen lastimosa y lastimera que pretende que todos lo veamos como un sufrido hombre que a pesar de la adversidad del accidente y sus consecuencias médicas, sigue al pie de su gobierno. Es el supermán que no obstante la kriptonita que lo rodea, sigue tan fuerte como cuando nos espetó la pifia de que el poder era para poder. Derrotado quiere pasar al nivel de lo sublime, sin darse cuenta que la frontera que limita lo sublime del ridículo es tan delgada y que en la especie que me ocupa se quedó en el ridículo sin más. Sus crímenes tienen tal nivel y la denuncia penal que se tramita en la PGR tal peso, que ya estas desmesuras de un político mortecino no logran nada sino mermar cada día más las finanzas públicas con gastos totalmente inútiles.

El segundo aspecto lo cifro en un comentario a sus palabras. Él dijo: “me pueden acusar de todo, menos de flojo (…)”. Nos da la razón, concreta y específica, porque la acusación en su contra prácticamente se convierte en un todo cuando a un funcionario con su investidura se le acredita de corrupto político y se ofrecen las pruebas tangibles. No lo acusamos de flojo, lo acusamos de muy laborioso, pero sólo para acrecentar su riqueza personal y el poder que ya se le fue de las manos. En eso efectivamente no ha estado flojo, ha sido muy consistente y está pagando las consecuencias.

En ese marco, resulta más que lógico que salga en defensa de su cómplice Jaime Herrera Corral, al que pinta como un genio de las finanzas, casi casi con la capacidad suficiente para presidir el Banco Mundial. Dice el cacique que nos hemos valido de la complejidad de los temas financieros, de lo esotérico que resultan para el común de los mortales, para engañar a la sociedad, para sorprenderla en su buena fe. Incluso llega al extremo de negar que se hayan hecho depósitos hasta por 80 mil millones de pesos en Unión Progreso, cuando tal información proviene de canales institucionales que no dejan lugar a dudas, y en particular que provienen de sus incondicionales que están enquistados destruyendo el Instituto Chihuahuense de Acceso a la Información Pública (ICHITAIP). El tirano pone oídos sordos a las especificaciones que hemos hecho en torno a esos depósitos, pues jamás hemos dicho que esa cantidad en su integridad haya estado en las arcas de su banco; hemos dicho que por ahí mañosamente han pasado y el por qué de esto. Sus aclaraciones constatan que respira por la herida de su propia corrupción.

Finalmente, comete la desmesura y falta mayor por la que se le puede denunciar penalmente por delito de alta gravedad: dice, casi con letras mayúsculas y de manera inequívoca, que José Reyes Baeza y Cristian Rodallegas (sus amigos y compañeros de partido) se salvaron de la cárcel por sus faltas en el ejercicio de los poderes que tuvieron. ¿Es tan lego en Derecho que no sabe que él mismo los habría librado de la cárcel? El primero como gobernador del estado de su propio partido; el segundo como director de Finanzas en la administración anterior y de Hacienda al inicio de la del cacicazgo duartista. No meto las manos a la lumbre en el tema, estoy porque se investigue a fondo y se finquen las responsabilidades correspondientes. Esto no puede quedar en una mera declaración. También he de decir, con toda claridad, un par de cosas, la más importante: quien con la investidura de autoridad se percate de la comisión de un delito (César Duarte), el que sea, tiene el deber ineludible de presentar la denuncia correspondiente, no nada más de emplear el hecho para lo segundo a lo que quiero referirme: para provocar la pugnacidad al interior del mismo PRI y sacar raja para el nombramiento del candidato de este partido a sucederlo, más cuando se trata de su pupilo Garfio, o del gángster Serrano.

De todo esto, a la ciudadanía chihuahuense le debe quedar como lección que las pugnas al interior del grupo gobernante son de tal magnitud que se pueden decir estas cosas como si las leyes no existieran, que de tal manera piensan los tiranos, entre ellos el tirano Duarte, que a mi juicio quisiera que el tiempo fuera menos elástico y ya terminara el sueño pueril que lo alimentó y que para Chihuahua ha sido la más terrible pesadilla de los últimos lustros.

Ya casi veo a Duarte pidiendo una caridad por el amor de Dios, que tal es su andrajosa condición política. Por eso, tiene pertinencia el paralelismo con el Pinochet que clamó por la compasión, como si eso lavara crímenes tan grandes.