Los de la coalición “Juntos haremos historia”, llegaron con una sustancial fracción parlamentaria ante el Congreso del Estado de Chihuahua. Por elástico que hagamos el concepto “historia”, incluso convirtiéndolo en un cajón de sastre, difícilmente podríamos concluir que constituyen una factoría de la que salen productos históricos. El número no devino en calidad. A la hora de la hora, no supieron qué hacer. El desempeño recuerda las habituales reyertas del submundo de la izquierda rijosa y sin destino.
A tal grado llega esto que se ha entablado una denuncia penal contra el diputado del Partido Encuentro Social (PES), Misael Maynez Cano. Lo acusan de haber vendido su voto a Javier Corral para obtener la autorización de la reestructura de la deuda estatal, uno de los grandes fraudes políticos del gobierno actual. Y el que afirma, debe probar.
Por lo pronto, el diputado Maynez disfruta de su vehículo, el que le dieron en pago, así sea en forma de comodato y para el uso y disfrute de tres años, que es muy probable quede desvencijado. Que hubo prebenda, no hay duda; que lo prueben, es otra cosa.
Pero mientras eso sucede, asuntos de mayor importancia sorprenden a la fracción de MORENA, muy lejos de los problemas reales a los que debieran abocarse. Los principios, si los hay, no son suficientes: hay que tener oficio.
Por último, cuando vemos hablar, hablar y hablar al diputado Maynez –¿es pastor?–, nos damos cuenta de su divorcio con la realidad: lo hace como si le estuviera hablando a toda la nación y cuando queremos asomarnos a su auditorio simplemente no se ve. Es ridículo.
Y eso de acreditar la propiedad de su camioneta para el Congreso es tanto como aquello que hizo un capellán católico cuando se le acusó de hostigamiento sexual: lo reconoció, y sólo dijo en su defensa que cuando lo hacía no traía sotana. Así el diputado del PES: el vehículo no es mío, pero lo usaré tres años. Se ha visto, pero de todas maneras vale la frase: “¡Habrase visto!”.
¿Qué se puede comentar? Todos los políticos y políticas trepadas en los negocios y en el poder están cortados con las mismas tijeras de jardinero. Sirven solo para mostrar sus miserias, su árida calidad humana, su pobreza de dignidad, su cinismo, su desverguenza restregada ante familiares, «amistades» y la sociedad, al ser exhibidos y evidenciados como viles y vulgares rateros por tribunales que los tratan ad hoc.