El hipócrita no fue a La Casona -si vieja, lujosa, subsidiada fonda- donde antaño departía con la corte abyecta que todo le reía y se beneficiaba de los negocios públicos, entre trago y trago de buenos caldos (Petrus no faltaba) servidos en copas de cristal (vidrio para el vulgo), de manufacturas checa o polaca. De Bohemia, decían haciendo la boca chiquita.

Fue a otro lugar, sencillo y de parroquianos de esta villa: ¿Simula tu origen!, o utilizado para el engaño dice el consejo muy viejo del rancio partido caído en desgracia por culpa, precisamente, del hipócrita al que se le atocinó el cerebro por pensar en el oro que vuelve loco a los políticos del reino.

Es una escena más de este teatro propio de la picaresca, aquí en la Nueva Vizcaya donde reina pero no gobierna la casa azul de María Eugenia, patrocinadora de la impunidad.

Olvidó el hipócrita, enfermado por sí mismo, que Mateo Alemán, al filo de concluir el siglo VII español había sentenciado:

“No hay cosa tan difícil para engañar a un justo, como santidad fingida en un malo”.

¿Qué necesidad  de ir a un mesón?

¡Cosas veredes!