Los restos del PRI en Chihuahua, capitaneados por Alejandro Domínguez, están a merced de la limosna que caritativamente les entregue el PAN de María Eugenia Campos Galván, la jefa real del partido fundado por Manuel Gómez Morín, que tantas batallas libró contra el “PRI-gobierno”, así lo denominaron, antes de claudicar en sus empresas y corromperse.

Aclaro: el PRI no es el limosnero, en el sentido que coloquialmente se entiende, porque ya no tiene nada qué dar, movido por un espíritu caritativo del que hacía gala para tener clientela electoral. Ese personaje del drama de Chihuahua está actuado por el partido que fuera enemigo acérrimo, y ahora le toca estar en el poder para repartir. Por eso digo que el PRI ahora vive de la limosna, del dinero, en primer lugar, y obviamente de candidaturas.

Hace muy poco esto era impensable. Para el PRI las miserias empezaron a manifestarse con drasticidad en las elecciones locales de 2016, año en el que terminó la era Duarte, a impulso opositor y ciudadano en contra de la corrupción política.

De partido dominante pasó, en términos reales, a la nada, y su presencia hoy es más que marginal. Ya sin el cetro y la bolsa en la mano, exhibió su debilidad esencial: si había poder, había partido; y esa historia se esfumó, muy claramente lo dicen los resultados en las urnas durante los procesos electorales de 2016, 2018 y 2021.

Cayó en un muy inclinado tobogán a alta velocidad y desea salir de esa condición con una buenas muletas que sólo el maruquismo le puede proporcionar.

Por eso, Alejandro Domínguez, con cara compungida, estira la mano para pedir un senador, algunos diputados y un buen saldo municipal, más lo que guste su merced. Todo un espectáculo de miserias y paradojas es lo que tenemos a la vista, digno de un estudio al microscopio.

Hurgando las causas de ese desastre, podemos apuntar sólo algunas. En primer lugar, que caló hondo la movilización anticorrupción en contra de la tiranía de César Duarte, a la que se quiere tasar, incorrectamente, desde una óptica estrictamente electoral, en desdén de la lucha cívica que fuera del poder y los partidos que encabezó Unión Ciudadana.

Luego vino la ola lopezobradorista, e indujo fenómenos muy claros de deserción, a diestra a siniestra, pero sólo hasta que MORENA ocupó el poder. La corriente electoral del PRI, y algunas de sus personalidades regionales, mediocres pero influyentes en sus localidades, migraron hacia MORENA en una vertiente que nos dice que las afinidades electivas pesan, y pesan mucho.

Igual ocurrió con personajes de la derecha que al final cerraron filas con el PAN, como es el caso del liderazgo venido a menos del exgobernador priista Fernando Baeza Meléndez, o de Patricio Martínez García, que pretende vivir de las que él considera sus glorias pasadas.

En otra palabras, el sismo de 2018 desperdigó al PRI entre una izquierda y una derecha, y lo que fueron las huestes del tricolor, ahora las encontramos bifurcadas, con mayor ventaja para MORENA.

¿Cómo pide el PRI local su limosna? Sencillo de explicar: quiere una alianza total con el PAN; al PRD ni siquiera se le nombra, y desea que se le entregue en una buena caja de regalo, con moño y celofán, conteniendo una senaduría en la fórmula, cuotas en los congresos, algunas alcaldías con compromisos de coalición total, que incluya la integración de la administración, regidurías y sindicaturas, y obviamente recursos económicos lícitos, e ilícitos.

El argumento de Alejandro Domínguez es político y pretendidamente sustentado en la Ley Electoral: no dividir el voto como en la reciente elección mexiquense, que hizo más desastrosa su derrota ante MORENA. Si el voto se atomiza ese es el argumento del PRI quedaría convertido en talco el partido que gobernó por más de setenta años en Chihuahua, sería su defunción definitiva.

Domínguez dice preferir la participación en solitario que a la coalición parcial, sin ocultar una ambición utilitarista. La realidad es que este líder hará lo que le ordenen del Comité Ejecutivo Nacional, en manos del impresentable “Alito”, su tocayo Alejandro Moreno. Y sobre todo, de lo que disponga el presupuesto en manos de Campos Galván, la gobernadora que, dicho sea de paso, va corriendo con su partido por un tobogán similar, construido en pronunciado plano inclinado.

La moraleja de esta historia es que los viejos enemigos se convirtieron en amigos complementarios, y que también en política, del odio al amor hay un paso.

Así se pudre en Chihuahua la partidocracia.