Sólo le faltó decirle “antiguo compañero de partido”. La diputada federal panista, Daniela Soraya Álvarez Hernández, hizo pública una acusación en contra de Cruz Pérez Cuéllar, alcalde morenista de Ciudad Juárez, que en su currículum tiene como antecedentes el haber sido diputado federal, local, y presidente estatal del PAN, del cual se retiró cuando fracasó en un proyecto de poder, para alcanzar una senaduría que le ganó en la mesa –no pudo ser de otra manera– su compadre Javier Corral Jurado. Dicho sea de paso, desde ese evento se llevan como Caín y Abel, aquellos legendarios hijos de Eva.

Afirma la diputada Álvarez en redes sociales, en las que siempre está presente para su autopromoción, que el alcalde Pérez Cuéllar se fue a vivir a una mansión cuyo costo alcanzaría la suma de 30 millones de pesos. En su argumentación recurre a una obvia comparación entre el sueldo que Pérez Cuéllar recibe como alcalde y lo inverosímil de que con ese recurso se pueda hacer de una residencia de ese calibre, así fuera de renta.

Es una acusación grave, qué duda cabe. Pero le viene muy bien una recomendación a la legisladora, para que no se vaya a pensar que es uno de sus múltiples recursos para hacerse presente en una ciudad que el panismo parece tener irremediablemente perdida para fines electorales.

Esta afirmación tiene como precedente que Daniela Álvarez protagoniza en redes sociales, exclusivamente críticas con la finalidad de beneficiar su imagen para ocupar otro cargo y, en la coyuntura, visiblemente una senaduría, que habría que ponderar si tiene la talla para lograrla, puesto que su desempeño como diputada carece de una rendición de cuentas para acreditar sus atributos.

Es frecuente que se le vea criticando tarifas de la Comisión Federal de Electricidad, mostrándose ante las largas filas de automóviles para cruzar a El Paso, Texas, presumiendo su guardarropa, su maquillaje, y llevando despensas a los pobres, para luego aparecer ella como parte central en la escena que convierte en publicitaria.

Eso lo vemos casi a diario en el accionar de la diputada federal. Lo que no hemos visto es qué iniciativas de fondo ha impulsado en la Cámara Baja del Congreso de la Unión, cómo las ha defendido, qué labor ha realizado para construir consensos en ese sentido. En fin, lo que tiene que ver propiamente con la tarea de una genuina representante popular.

Afirmo esto porque probablemente la acusación que le lanza a su antiguo correligionario, quizá quede sólo en eso, una mera pugnacidad para autopromoverse en su carrera política.

No sería la primera ni será la última vez que esto suceda, pero para su valoración futura, al menos deseo que quede la constancia de que si quiere honrar su palabra, cumplir a cabalidad, debe presentar mínimo una formal denuncia penal por enriquecimiento ilícito en contra del presidente municipal de Juárez, acreditarla con pruebas y presunciones pertinentes, pidiendo la consignación del caso ante un juez para que, con todas las garantías que la ley obliga, eventualmente se ponga un punto final a una acusación tan delicada.

Lo dicho de ninguna manera se debe entender como una toma de partido a favor de Cruz Pérez Cuéllar, que como dice un famoso tango, también tiene su historia; razón de más para que tanto la diputada Álvarez como el propio alcalde expanista, se vean obligados a esclarecer el asunto que me ocupa con este comentario.

Cruz Pérez Cuéllar, antes de migrar a MORENA, donde se supone fue purificado de sus pecados en la derecha panista, trabó complicidad con el gobierno de César Duarte para golpear a los críticos de esa tiranía. Por su parte, Javier Corral, cuando ya era gobernador, tuvo en sus manos un expediente, pero jamás actuó conforme a su deber y a los compromisos de ir a fondo en la lucha anticorrupción, lo que concluyó en que el duartismo con otro rostro se reinstalara en el gobierno de Chihuahua, y ese rostro lo mismo puede ser María Eugenia Campos, ahora aliada del PRI, que el propio Pérez Cuéllar, que se convirtió al morenismo.

He llegado a pensar que Corral y Pérez Cuéllar, católicos al fin, se hicieron invulnerables el uno para el otro, de lo cual dio muestra el hoy librero para no actuar, pues como dice viejo corrido popular, matar a un compadre, así sea políticamente, es ofender al eterno, y las Sagradas Escrituras lo proscriben.

Más allá de la broma, estoy convencido de que como se sostiene hoy en la teoría y la práctica jurídica internacional, no basta con denostar, acusar en la plazuela, investirse de una calidad moral superior para obtener resultados en la lucha contra la corrupción política; hay que postular soluciones concretas para los problemas reales.

Con esta premisa la diputada, si no presenta formal denuncia penal, quedará más abajo de donde quedó Corral por dispensar a su compadre, y se develará que su acusación es pura propaganda autopromocional.

Blofear o actuar, ese es el dilema.