Columna

Ayer, como hoy, la ciudadanía sin asideros de lucha cívica

Cuando el sociólogo e historiador mexicano Pablo González Casanova publicó su libro La democracia en México (todo un clásico en la academia y aun más allá de las aulas universitarias), el suplemento de la revista Siempre!, La cultura en México, dio cuenta del hecho en su número 161 de marzo de 1965, con un fragmento de los doce capítulos que componen la obra, específicamente el Capítulo VII: La inconformidad y la lucha cívica, donde cuestiona, con toda la erudición a su favor, que “gran parte de México (…) sigue desorganizado y calmado”.

En su ensayo, que cumple ya seis décadas, don Pablo, quien falleció en 2023 a los 101 años y fue testigo de múltiples acontecimientos sociales, hace una demoledora radiografía del momentum que guardaba la sociedad en ese momento, pasiva según sus criterios, pero que estaba a punto de estallar, tres años después, frente a la impaciente violencia del Estado contra las juventudes de la época.

De hecho, en el artículo publicado en el suplemento de la revista Siempre! se utiliza como cabeza uno de los párrafos iniciales del referido capítulo, que fue sintetizado así: “Frente al México político hay un México impolítico que no puede luchar cívicamente por carecer de medios políticos”.

Es un parafraseo contenido después del párrafo inicial, que señala: “Frente al México organizado del gobierno –con su sistema presidencialista, su partido, sus uniones de trabajadores– y frente a los factores de poder, también organizados –como el Ejército, la Iglesia, los empresarios nacionales y extranjeros– hay un México que no está organizado políticamente”.

Y sigue: “Frente a los grupos de interés y los grupos de presión que utilizan con más o menos eficacia la Constitución, la Presidencia, el Congreso, la Corte, los gobiernos locales y estatales, los partidos, los sindicatos, las cámaras industriales y comerciales, las embajadas, la prensa, hay un México cívicamente desarmado, para el que las instituciones y las leyes no son un instrumento que ellos manipulen, con el que ellos luchen, con el que ellos presionen”.

Lo que vendría después con las represiones violentas del 68 y el 71, y los años posteriores de la guerrilla, debieron significarle al pensador un despertar que, a la larga, sería momentáneo y volvería a apagarse unos veinticinco años después, tras la ruptura del 88 y un triunfo robado por el salinismo al que, muy pronto, la derecha mexicana y algunos sectores de la izquierda, incluida la intelectual, se sumó “patrióticamente”.

Con los años se ha evidenciado que muchos que actuaban en las calles contra el gobierno –los líderes, sobre todo– ocuparon y ocupan hoy puestos de poder en el gabinete y forman parte de la nómina estatal. Un ejemplo muy lamentables es el de Pablo Gómez, dirigente del 68, quien ha llegado a polemizar con miembros de la guerrilla de los setentas para no distorsionar la narrativa oficial de aquella época ni de cualquiera que rompa el “destino manifiesto” al que parece ceñirse ahora la llamada Cuarta Transformación.

En ese contexto, hoy pervive un tipo de ciudadanía pasiva, modernizada sólo por los avances tecnológicos, enajenado en las redes cibernéticas, pero con las mismas limitantes, despreocupaciones, desorganización, mansedumbre y exclusiones de siempre.

González Casanova fue un hombre de izquierda y se podría decir que hasta “radical”, pues nunca cesó, por ejemplo, su apoyo al castrismo, o al zapatismo, que hasta un partido de izquierda, como el PRD, desdeñó abajo y arriba de las tribunas legislativas, justo cuando ya mostraba las miserias como organización política alternativa.

Sin embargo, nadie puede regatearle a González Casanova esa especie de laicismo político, sus filias ideológicas ni su profundo conocimiento sobre México, su política y la sociedad que la ha hecho posible. Él fue, ante todo, un crítico social, es decir, un hombre preocupado precisamente por su patria.

Sesenta años después de La democracia en México, su lectura pareciera estar describiendo al México de hoy, y es ahí donde reside en buena medida la importancia de su actualidad:

“Este México manipulado dentro de las organizaciones, también existe; pero hay otro México manipulado por las organizaciones, que está fuera de las organizaciones, un México para el que la organización es un elemento ajeno, una institución de los demás, de los ladinos, del gobierno, de los líderes sindicales, de los políticos (…). En la vida política de México se dan, pues, dos tipos de control: el control de las organizaciones populares y el control del pueblo no organizado por los organismos y las organizaciones gubernamentales o paragubernamentales, y en general por las organizaciones de las clases obreras, medias y altas de la población participante. Si las organizaciones populares que existen en buen número son controladas para que no manifiesten la inconformidad de sus coaligados, la inmensa mayoría de los ciudadanos ni siquiera tiene organizaciones para manifestar políticamente su inconformidad”.