El conflicto en La Boquilla ya deja un saldo inocultable: los operadores políticos y administrativos de López Obrador en la entidad brillan por su ausencia. Es más que evidente su desinformación, su habilidad para sacarle al bulto, la incapacidad para dar respuestas que informen debidamente a la sociedad, y cuando esto sucede no queda otra que apelar al empleo de la fuerza pública.

Siempre que en un conflicto llega el momento en el que aparecen en escena los soldados, las guardias, las policías o los provocadores, es que ya se agotaron los caminos de la comprensión, el diálogo, la construcción de consensos. 

Pero aquí es diferente. Los primeros que llegan, incluso complementando a los opositores, es la fuerza armada, y no hablo de los que representan la función propiamente policiaca, sino los integrantes de las fuerzas armadas, que salen deudoras en varios aspectos: en primer lugar porque actúan en contra el sentido de la Constitución; en segundo, porque es un disfraz la Guardia Nacional; y en tercer lugar, porque salen denostados de su actividad, denigrados, y eso crea un malestar entre las fuerzas armadas que tarde o temprano se convertirá en un conflicto fuerte para el país.

Pero en algo los delegados del gobierno federal sí se hacen notar: actúan como propagandistas de un partido, se dedican a denostar a los que discrepan de ellos y se convierten en personas más papistas que el Papa. El “pueblo sabio” no les paga para eso, pero elllos están pensando en otra cosa, menos en sus deberes públicos.