Llega a su primer cuarto de siglo el Partido de la Revolución Democrática. Sin duda con una historia de claroscuros y a últimas fechas más oscuros que claros. En sus orígenes se presentó ante la sociedad mexicana como un instrumento en manos de los ciudadanos y más allá de los proyectos de poder que eventualmente abrigaran sus adherentes y en especial los grandes líderes que concurrieron al acto fundacional, entre ellos Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Heberto Castillo, Arnoldo Martínez Verdugo, Valentín Campa, por sólo dar una muestra de ciudadanos muy reconocidos por su verticalidad y congruencia. Evocarlos es insinuar el compromiso original que en la coyuntura se vio marcado por el fraude descomunal cometido desde la Presidencia de la República por Miguel De la Madrid Hurtado, a través de Manuel Bartlett, y especialmente Carlos Salinas De Gortari, que llegó al alto cargo de gobierno y representación del Estado, mediante mecanismos propios de una usurpación, por cuanto no había certidumbre de su triunfo en las urnas.
Hace 25 años el origen en sí mismo marcó un derrotero para que la acción del PRD transitara como instituto político, pero también como un referente de que éticamente las cosas pueden ser de acuerdo a lo que debe ser. México había pasado en la década de los ochenta por un conjunto de procesos electorales que expresaron una crisis política que obligaba a la legitimidad electoral para arribar a cualquier representación política consultada a los ciudadanos. De aquellos años un primer campanazo fue Chihuahua en 1983, continuamos con el fraude de 1986 y otros capítulos se escribieron en Guanajuato, San Luis Potosí, Campeche, Baja California, entre otros. Pero sin duda el quiebre que abrió el camino transicional hacia la democracia fue la ruptura de 1988. En aquel entonces el PAN y su candidato Manuel Clouthier se ostentaban como la principal fuerza opositora en el plano electoral, pero con la fundación del izquierdista Frente Democrático Nacional se ingresó en la etapa en la que la transición era irreversible.
El PRD se convirtió de inmediato en el principal partido de la izquierda mexicana y no podemos menos que registrar el acto de generosidad política y altura de miras del Partido Mexicano Socialista que ofrendó su registro como partido político a la naciente organización. Cuando se disolvieron los comunistas se cantó por última vez el viejo himno de La Internacional, hubo lágrimas, pero también se atalayaba que se estaba entrando a una fase en la que la izquierda dejaba atrás el fraccionalismo para retomar la defensa de las mejores causas de la nación. El salinismo se fue con todo contra el PRD y en 1991 prácticamente lo reduce a su mínima expresión electoral, pero las fuerzas se iban acumulando para ganar espacios de poder nunca antes soñados en diversas partes del país y visiblemente en la capital de la república. En 1997 el PRD pasa a ser la segunda fuerza política nacional y por primera vez un importante poder de la república es presidido por un hombre de izquierda como sucedió con la jefatura que tuvo de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, Porfirio Muñoz Ledo. No menor por su importancia es el triunfo, ese mismo año, en la elección de Jefe de Gobierno del Distrito Federal, donde resultó electo Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.
Ese PRD también recibió el afluente de muchas organizaciones de la izquierda social, de antiguos integrantes de grupos armados, de un haz de sindicalistas e intelectuales de renombre. Era un PRD en el que, en efecto, había muchas disputas, pero también acuerdos cumplidos. Pintaba para convertirse en un partido con un gran compromiso social y en búsqueda de un pacto nacional, en el que se debatía y sus dirigentes en grueso número eran electos o consensados sin mayor problema. Pero avanzó, contra lo previsible, hacia un proyecto de poder que lesionó la consolidación de la democracia en el país. Ya en 1999 las aspiraciones por presidir al partido de Jesús Ortega Martínez y Amalia García Medina se mancharon por el fraude electoral, cínico y descarado. Frente a ese hecho y con el enorme prestigio y poder que tenía como presidente del PRD, Andrés Manuel López Obrador, se negó a obligar mediante sus oficios a una rectificación justo cuando las malas tendencias empezaron a cobrar fuerza. El capricho de este líder, su poco apego a un proyecto partidario en la que él no sea la figura nodal y el movimientismo que lo ha caracterizado, contribuyeron a la crisis de la cual, hasta ahora, este partido no tan sólo no sale, sino que se ahonda más y más.
A la hora de los 25 años el PRD sigue siendo un instrumento de poder. Desangrado por la salida previa de muchos de sus mejores hombres y mujeres (no viene al caso enumerarlos), pero sobre todo por el fraccionamiento que se padece con la fundación del partido del Movimiento de Regeneración Nacional, términos éstos que hablan muy claro del modelo que se busca consolidar: un partido y un movimiento que actúan al alimón y a la conveniencia de su líder indiscutido e indiscutible. Pero no obstante estas adversidades, en la cúpula dirigente del PRD las corrientes conocidas como tribus parecen estar preocupadas por todo, menos por el partido de izquierda que se requiere para México. Si se tratara de repartir responsabilidades o culpas, sin duda por la maraña de intereses, no siempre honrados, la llamada Nueva Izquierda se hace con la cuota mayor, y por eso se aferran a continuar en la dirección hegemónica del partido, a riesgo de dividirlo y hundirlo en una crisis que le abriría la ruta de su extinción. Es obvio que los militantes que entran a un partido lo pueden hacer por muy diversos motivos, para nada desdeñables los de ir consolidando carreras políticas con cargos públicos de elección popular, pero a últimas fechas lo que vemos que lo que importan no son los cargos sino sus prebendas. Se ha transitado en este marco, hacia una decadente clase política partidaria que lastra el proyecto de la izquierda, más si nos hacemos cargo de que el electorado mexicano está dividido hasta ahora en tres grandes franjas y que si continúa la crisis, la que le corresponde a la izquierda tenderá a decrecer.
En este contexto la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas a la presidencia nacional del partido se ve en medio de estos dos polos. Su llegada al cargo sería la confesión de que en 25 años no hubo renuevos, pero que –y esto es muy importante– hay una reserva de militantes que con su candidatura pueden, si hay un proyecto claro y sólido, hinchar las velas de la nave hacia un puerto que de coronación a los anhelos de millones de mexicanos que buscan que llegue la democracia y que la patria sea para todos. Tiene razón el ingeniero Cárdenas cuando insinúa que debe haber una candidatura de unidad, que la competencia en este momento ahondaría la división, no porque se sea adverso a un proyecto electivo sino justamente porque no hay garantías de que se proyecto electivo sea honrado. Pero hay algo más: se verían los perredistas como Saturno no tan sólo devorando a sus hijos sino al padre fundador. Entiendo que con muchísima altura de miras se podría emprender la ruta de la competencia, pero está claro que el adversario ha jugado, juega y jugará con cartas marcadas. Para ellos el largo proceso transicional por la democracia ha sido la oportunidad de consolidarse como clase política, en los negocios, no en los valores de la sociedad democrática que están implícitos al darle al partido político la reputación de un organismo de orden público.
Estos 25 años podrían tener un momento de inflexión si con un equipo nuevo, avanzado, honrado y comprometido con la nación, se hace cargo de la conducción del partido bajo la jefatura de Cuauhtémoc Cárdenas. Quizás él pueda pensar que nunca segundas partes fueron buenas, pero si asume el compromiso no me quedan dudas de que se podría marcar una nueva ruta.
Hablar de 25 años como pocos o muchos es muy relativo, lo que sí se puede decir en la especie es que hasta ahora fueron suficientes los últimos diez años para dar al traste con un proyecto altamente prometedor. Qué lástima, quizá por eso, en recientes palabras pronunciadas por Cárdenas, se le escuchó decir que el PRD “está más lejos que cerca de lo que nos propusimos construir”.
Claro y preciso el análisis…Aparte de ética y compromiso social, a la mayoría de los dirigentes del PRD, les falta Generosidad (y no lo digo en sentido
«cursi») y coerencia Política…