El senador de MORENA y coordinador de su bancada, Ricardo Monreal, ha dicho: “no me preocupa (…) ni me resulta extraño” que órganos de inteligencia de Estados Unidos, “incluido el FBI”, intervengan en México en materia de seguridad, luego del apoyo ofrecido por Donald Trump tras el múltiple atentado contra la familia Lebarón en los límites territoriales entre Sonora y Chihuahua. Nada más natural que a millones de mexicanos sí les preocupe, les resulte extraño y hasta costosa dicha colaboración.
Cree el senador que estamos pendientes de sus estados anímicos, a la vez que sólo coquetea frente al imperio para que lo vean como un buen hijo de la globalidad rapaz. Quienes saben, y además se hacen cargo de que el Senado de la República tiene como facultades exclusivas la política exterior de México desarrollada por el presidente del país, que además es el que tiene la facultad de aprobar los tratados internacionales y convenciones diplomáticas y también dispone el posible trasiego de fuerzas extranjeras por territorio nacional, entienden que el senador actúa con extrema frivolidad.
Si esta fuese una simple opinión, en una república en calma y sosiego, no moverían a nadie a inmutarse. Pero la gravedad del momento es otra, y a partir de los sucesos de Culiacán y Bavispe, que ponen al país en la mira de la acción internacional, particularmente de los Estados Unidos, se habla ya con cierta insistencia de una posible intervención norteamericana en tareas que le corresponden al Estado mexicano y que este no alcanza a resolver satisfactoriamente. La preocupación, entonces, debiera estar dictada por el ejercicio de contrapesos congresionales que obliguen a rediseñar al menos tres grandes problemas que aquejan a México desde hace ya varios lustros: el crimen organizado vinculado al tráfico de narcóticos, la introducción ilegal de armas al país que concede capacidad y no pocas veces superioridad de fuego a la delincuencia, y el desbarajuste existente en las redes financieras por donde circulan millones y millones de dólares producto de actividades ilícitas.
En consecuencia, no se trata de un apoyo que se reduzca a un auxilio de inteligencia policial para esclarecer equis crimen, aun aquellos de enorme resonancia. Se trata de un problema mayúsculo que requiere de una visión de estado y de una adecuada comprensión de que los estados mismos son otra cosa ya en el mundo de la globalidad, máxime cuando esta se ha impuesto de manera imperial, sojuzgando pueblos enteros e imponiendo voluntades que sólo alientan el conflicto y la conflagración.
Durante el régimen autoritario en el que se crió, creció y aprendió el hoy senador Monreal –por cierto, un golpista en 1997– bastaba con apelar a la deficiente Doctrina Estrada (perdón por no detallarla), decir que se estaba a favor de la autodeterminación de los pueblos y por la solución pacífica de los conflictos para insertarse retóricamente en el mundo. Ya en los años 80 del siglo pasado se empezó a aclamar por una participación más activa de México en el mundo, por auspiciar un multilateralismo que dejara atrás la autarquía y que se comprendiera esa globalidad a la que he hecho referencia y se dejara de lado la antigualla de que la política interior determina la exterior, como con candor repite el presidente López Obrador. El mismo Juárez fue un gran estratega internacionalista cuando combatió la Intervención francesa: estaba observando el mundo y actuando en consecuencia.
En este ambiente ha habido pronunciamientos altamente delicados, como el de Trump, que quiere ver el terrorismo en el que él piensa, para legitimar su reelección, y sugiere intervenir en México, sin más ni más. No se diga en los círculos más conservadores de la política norteamericana. A su vez, los voceros de la familia Lebarón, apoyados en su doble nacionalidad, mexicana por generosidad que no deben olvidar, y la norteamericana predilección, envueltos en la emergencia, no dudan en pedir el auxilio externo. Por su parte, el gobierno federal, en un acto de obsequiosidad a Washington, envía a la escena del crimen al canciller Marcelo Ebrard, cuando lo debido era que ahí estuvieran los titulares de la Fiscalía General de la República o de la esfera de seguridad, hoy en manos del mentiroso Alfonso Durazo.
No soy alarmista, ni pienso que estén por llegar los marines y las cañoneras gringas, pero sí quiero resaltar que falla el Estado cuando de manera ostensible exhibe su incapacidad para proteger a la población y a sus ciudadanos de la violencia, en el que se advierte un déficit en sus instituciones de seguridad para garantizar la vida de la población, en el que no se controlan partes considerables del territorio, carece de la fuerza suficiente para brindar seguridad interna, porque otros también tienen gran capacidad de usar la fuerza que, como es sabido, sólo puede ser monopolio del propio Estado. Y si a esto le agregamos que vendrían de fuera, llámese FBI, DEA, CIA, USAID, o como usted guste, las cosas tenderán a complicarse para México.
A Ricardo Monreal le vendría bien entender esa enseñanza que nos dejó Tocqueville y que a la letra dice: “La época más peligrosa para un mal gobierno es cuando comienza a reformarse”. Y aquí en México tenemos ya varios sexenios con esa tarea que parece interminable. Para nada estos importantes temas tienen que ver con el problema de si Monreal duerme tranquilo o no, eso se resuelve con una cajita de Tafil. El grave problema en realidad es que el senador no da paso sin huarache, y ya va trotando hacia el 2024, con sus banalidades y sus mentiras, y con la construcción de alianzas con personajes del tipo de Cruz Pérez Cuéllar, al que ya ve abriéndole los puentes a la colaboración norteamericana con diligencia y esmero.
Esta es la ruindad de la clase política emergente, que se presenta bajo el eslogan de una Cuarta Transformación. La política exterior mexicana es de tal naturaleza que en ella va implícita la viabilidad misma del país, en primer lugar por nuestra vecindad con la más poderosa potencia militar del planeta, y por las asimetrías que tenemos con su capitalismo en deterioro por el surgimiento de China, por ejemplo, como para pensar que los viejos códigos del falso nacionalismo y patrioterismo mexicanos puedan ser las bases argumentales para navegar en un planeta tan complejo para el que parece que el gobierno actual no tiene mayor respuesta que el aislamiento.
Nunca una colaboración como la propuesta por Monreal será tomada en serio en los círculos norteamericanos. Allá están acostumbrados a que se les obedezca, y parece que la servidumbre del expriísta zacatecano les vendría muy bien. Al tiempo.