Conocido es el cuento “El rey va desnudo” de Hans Christian Andersen cuyo relato exhibe cómo el disimulo y la simulación de todos (ante un ropaje, ausente, inexistente) van asociados al ambicioso personaje que detenta el poder y cómo los subordinados le siguen el juego al rey hasta que alguien (un niño en el cuento) denuncia el engaño por conveniencia asumido por los demás. 

Así vivimos hoy en México escenografías diarias donde el rey (nuestro presidente) anuncia grandes cosas, futuros promisorios y éxitos personales, mientras los súbditos (el “pueblo bueno y sabio”) recibe esperanzado los mensajes difundidos por (casi) todos los medios. Y de pronto aparece el niño incómodo (el reportero Jorge Ramos), el inoportuno, el “aguafiestas”, para decirlo en lenguaje coloquial, y el periodista exhibe al rey, que alegre anuncia noticias deformadas y falsas en cierta forma, sin sustento real. 

El rey, desnudado en su discurso, se aferra a la simulación e invita al “imprudente” a ver las cosas con sus lentes, con su óptica del poder. Ya sin ropajes de verdad, el rey sigue su rutina diaria y el periodista se retira. Así sucedió el viernes 12 de abril, recién pasado.

Como es natural, en “el pueblo sabio” las pasiones se encendieron, la división de opiniones no se hizo esperar, los comentarios abundaron y las redes sociales, esa fortaleza del odio militante, mostraron su perversa estulticia, para variar. 

Herido en su enorme vanidad y molesto por ser ridiculizado ante la gente, tres días después (el lunes 15), estimulado por una voz del pueblo (instigada por la corte del rey, que luego se supo se trata del impresentable Marco Antonio Olvera), el presidente, en su gran magnanimidad, al referirse a Jorge Ramos, llegó a decir a los asistentes de las mañaneras: 

“… yo creo que ustedes no sólo son buenos periodistas, son prudentes porque aquí los están viendo y si ustedes se pasan, pues ya saben lo que sucede. Pero no soy yo, es la gente, no es conmigo, es con los ciudadanos que ya no son ciudadanos imaginarios. Hay mucha inteligencia en nuestro pueblo, antes se menospreciaba a la gente”.  

Esta declaración del presidente López Obrador (el rey del cuento) merece especial atención porque revela su personalidad y su actitud con el poder presidencial. Veámoslo numerada y brevemente:

  1. Califica de imprudente al periodista Jorge Ramos quien contradijo la deficiente información que había dado el presidente. 

Moraleja: No se debe de cuestionar al primer mandatario del país.

2) Quien se pase (de la raya) con el presidente puede vérselas con los ciudadanos y algo puede suceder. El hombre del palacio, pues, advierte, amenaza. Aunque él sí puede pasarse de la raya, ya que insulta a todo mundo (habla de fifís, de conservadores…) y descalifica a quien desea. Ahora anda entretenido viendo qué gasolineras venden más cara la gasolina o dictando memoranda, tema del que me ocuparé después.

3) Algo más: si alguien se pasa de la raya con el presidente, en realidad –dice él– se está metiendo con los ciudadanos, con la gente, con el pueblo. O sea, se identifica él mismo con el pueblo, se concibe como su encarnación; ya no es él, es el pueblo en su persona. Este tipo de identificaciones es propio de los populistas. Es claro signo de megalomanía política.

4) Llama la atención que en la ciudadanía, en el pueblo, pasen casi inadvertidas estas manifestaciones de patología política que el presidente muestra por la presencia de esa embriaguez que produce el poder excesivo en ciertas personas.

Mareado por el  amplio triunfo electoral, obsesionado porque su imagen inunde los medios con sus apariciones mañaneras, deambula feliz por toda la república buscando el permanente refrendo de sus caprichos y ocurrencias, banalizando al máximo los asuntos más serios e importantes. Y, sobre todo, manteniendo en suspenso la atención ciudadana entre balbuceo y balbuceo, entre strikes, ponches y base por bolas. 

En grato recuerdo al breve cuento de Andersen, hoy quise ser muy breve.