Dejo para después algunas recomendaciones para transformar la Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH), hoy envuelta en la impericia, el intervencionismo y la falta de oficio político. 

Y lo dejo para después porque realmente necesita cirugía mayor, que es lo que se esperaría para convertirla en una herramienta de gran valía para la sociedad. Ahora, voy por otro rumbo. 

En la actual CEDH hay que cambiar hasta las minucias que la azotan en la vida cotidiana: falta de respeto a los horarios de trabajo, entran y salen cuando les da la gana. El lenguaje que ahí prevalece es majadero y soez, menudeando los insultos, las mentadas y hasta los golpes. Lo que no se atiende con el empleo de la palabra, se obliga hasta con la agresiones físicas. Prima el hostigamiento, la falta de interés que se llama pereza o indolencia. El amiguismo y la permisividad ahí han asentado sus reales. En otras palabras, la pasta humana parece no servir a una institución donde se requieren formas, estilos, contenidos congruentes con el gran espíritu que le dan aliento a los derechos humanos. 

Siempre he considerado que la corrupción de lo mejor es la peor. El que llegue ahí debe romper todas estas inercias, le va a esperar un trabajo de Hércules. Ojalá y tenga la estatura.