Hay que saber meterse en camisa de once varas y atenerse a las consecuencias. Como sabemos, la política es conflicto y contradicción y también el arte de civilizar la discordia, según la afortunada frase de José Emilio Pacheco. 

Esto viene al caso porque Javier Corral Jurado, al pretender crear un grupo de “contrapesadores”, incluyó a dos figuras que no son bien vistas en el Gran Teocalli: Gustavo Madero Muñoz, jefe nato del Pacto por México que aplaudió en su momento Corral y, por si faltara una cereza en el pastel, José Luis Barraza, alias “El Chacho”, que pasó de un súper brinco de modesto carpintero a accionista de Aeroméxico, luego de sus labores sucias en el año 2006. 

Con amigos así, es más que natural que se fomente la política de adversarios y, a la vez, desear ser gobernante de un estado tan necesitado de una buena conducción. Es lo que no ha entendido, ni entenderá, a cabalidad el Ejecutivo chihuahuense que peregrina por el estado, micrófono en mano, con una retórica rapidita y anquilosada que ya no convence. 

Y cuando digo que no lo entiende, es porque antepone sus proyectos personales de poder a sus responsabilidades públicas. Si abdicara de estas para dedicarse a aquellas –a lo que tiene derecho– se vería mejor y al menos se comprenderían sus cuitas. Pero está lejos esto, más al intentar vender al gusto de los oligarcas neoliberales una manida versión del estado, propia de los tiempos más salvajes del capitalismo. 

Y una cosa más: la facilidad de olvidar, de olvidar cosas esenciales. “El Chacho” fue vocero en 2016 de los oligarcas chihuahuenses, de esos a los que Corral les quema incienso, porque no lo querían en la silla que hoy desocupa, y se prestaron a fraccionar el voto en favor del duartismo. Todavía se oye lo que José Luis Barraza le dijo en su cara al propio Corral. ¿Amnesia? Claro que no, simplemente intereses.