Raúl Ávila deja la dirección de la Policía Estatal Única, cosa que se sabía desde la semana pasada. Se va, según la falaz versión oficial, porque Monte Alejandro Rubido, comisionado peñanietista de Seguridad Nacional, lo llamó para un nuevo encargo en la estructura federal. A esto algunos le llaman caerse para arriba, pero habría qué ver si efectivamente esa es la razón o causa, porque en este país, para no encarar un despido liso y llano, se recurre a la simulación de plantear que se trata de un movimiento interno de promoción por razones de mérito. Me explico gráficamente: insostenible aquí Raúl Ávila, Duarte Jáquez cabildea que se lo pidan de México y él cede, más que todo para enmascarar las razones de fondo.
La realidad es que el policía –famoso por la represión contra los oponentes del Vivebús– deja el cargo por motivos que están ocultos para la opinión pública, más no para la gente que suele estar bien informada de estos movimientos. La causa real es que la estructura local ya se había hecho insoportable y su actuación en Parral no lo dejaba bien parado en cuanto al equipo para el que jugaba, en términos de honor policiaco: si con los buenos o con los malos. Ignoro si a donde fue “llamado” y a donde obviamente su obediencia cae en el ámbito de autonomía de voluntad, le pagarán los 200 mil pesos mensuales que acá ganaba –formalmente más que el mismo sueldo del cacique mayor– para el cual dicha percepción no le alcanzaría para más de dos botellas de vino Petrus, pues sus ingresos están en otra parte, distante de la Ley del Presupuesto de Egresos del Estado.
Si uno revisa todos los medios adictos al cacicazgo, leerá el boletín de prensa, que resumido dice: al excelente policía lo llamaron de México para un cargo mejor; deja aquí una historia brillante; verbalmente el fiscal general lo elogia porque estuvo a la altura de las circunstancias y aun las superó; se va en excelentes términos y hasta entregará personalmente la oficina. Debiera ser exigencia que se dijeran las razones reales, muy lejanas del discurso oficial, pues de otra manera se entendería que los encargados de la seguridad aquí y en México son aprendices de brujo que echan a perder lo que funciona bien, en aras de quién sabe qué vendrá. ¿Por qué si era tan bueno prescinden de él?
La historia real da para una buena novela, policiaca por más dato, y tendría como personaje al comisario Ávila y sus agentes corriendo desaforados por las históricas calles de Hidalgo del Parral, Chihuahua. A nosotros el tiempo no nos alcanza para tarea tan alta. Mal alcanzamos para decir: hablen claro, no mientan, que la industria del boletín de prensa ya le ha hecho mucho daño a nuestro país. Para que no digan que estamos peleados con la urbanidad, le mandamos una sentida despedida al policía con un retintín que haga mucho eco y que a la letra dice: nos saludas a nunca vuelvas.
¿Y si los muros fueran de queso gruyere?
Duchos en mecánica de los fluidos –compleja parte de la ciencias físicas– con tono doctoral, un periódico de cuyo nombre no quiero acordarme, dice que en el túnel de la Independencia los muros impidieron el flujo natural del agua. Malogran tan sesuda frase, al no disertar sobre la naturaleza del llamado hormigón armado, porque seguramente pensaron que dicho tema nada tiene que ver con la hidrología y sí con la entomología priísta; en todo el caso, los personajes son insectos. Esta parte de la columna no podría publicarse en España porque los códigos de ética del periodismo de la península proscriben denostar a los seres del reino animal, sean cuales sean.
Auditoría Superior: todo es cuestión de Xerox
A últimas fechas, al auditor parralense Jesús Manuel Esparza, le da por hacerse llamar tecnócrata, terminajo que ya no está de moda y que al parecer a él le cae muy bien y lo propala a través de la prensa. Con esas ínfulas, ahora quiere poner de moda otorgar calificaciones en escala del cero al diez a todas las entidades públicas que revista la Auditoría Superior del Estado. Al proceder así, se convierte en un mal vendedor de cosméticos, porque vea usted lo que califica: esas calificaciones valoran el tiempo en que se presentan los informes y la forma en que se hacen, más allá de sus contenidos, y al publicarlos sólo crean confusión y un uso político indebido, porque los reprobados resultará que mañana no andaban mal y pasarán los diversos filtros. Porque, como el mismo tecnócrata dice: “Es importante puntualizar que dicho resultado (las calificaciones) es independiente de las conclusiones, observaciones y/o recomendaciones que, en su momento, deriven de los procesos de fiscalización a que sean sujetos por parte de la Auditoría Superior”. En otras palabras y con una entendible reducción al absurdo de este argumento: qué necesidad hay de hacer la calificación de cómo están los engargolados, las tapas de los documentos, su volumen, mecanografía, etcétera, si todo está sujeto a lo que se supone es la función esencial de la Auditoría. Pero si el cacique molesta al personal, el auditor hace lo propio y hasta lo publica. Y a esto hasta le llama tecnocracia.