El político panista que según Jorge Castañeda “se chingó a todo mundo para llegar ahí”, a la candidatura presidencial, vino a Chihuahua el fin de semana y encontró en Javier Corral a su mejor anfitrión. Si a Ricardo Anaya se le hincharon las manos de aplaudir a Peña Nieto durante la pactista luna de miel entre PRI, PAN y PRD para sacar adelante las llamadas “reformas estructurales” (léase, entre otros, los gasolinazos), a Javier Corral se le hincharon las manos de aplaudir al aspirante blanquiazul. Favor con favor se paga, aunque sea en tres bandas, como se dice en el juego de las carambolas.

Veleidades de por medio, no se sabe si después del 1 de julio Corral le retire nuevamente la amistad a un eventual perdedor Anaya, o viceversa, dependiendo de los resultados que, a decir de las encuestadoras más serias, y las menos, no parece que el triunfo vaya a estar del lado del panismo esta ocasión. De cualquier modo y como mero ejercicio lúdico, si hubiera que decidir la Presidencia de la república mediante aplausos, como en algunos concursos televisivos, Anaya ya hubiera ganado con los puros palmoteos de Corral, que resonaron el sábado pasado en el gimnasio “Manuel Bernardo Aguirre”.

Se puede alegar que la relación Anaya-Peña Nieto ocurrió en otros tiempos (en realidad, un sexenio no es mucho, salvo para los desmemoriados), pero aquí la esencia del asunto es que Anaya puede ser objeto de grandes vítores sin importar ese pasado reciente y a pesar de las revelaciones de su coordinador de campaña, Jorge Castañeda, quien dijo a la prensa estadounidense y no a la de su tierra (no importa, acá ya no es ningún secreto) lo que para él es un orgullo nacional: llegar alto, “chingándose a los demás”, incluidos los de casa, o principalmente a éstos.

El asunto seguramente pasará a formar parte del anecdotario, o como apunte de debate para las siguientes elecciones. Pero de que estas cosas pasan, nadie lo duda. Aunque, con el tiempo, quizá ocurra lo que augura el poeta y ensayista mexicano Luigi Amara en su Desnaturalización del aplauso (Letras Libres, No. 53):

“(…) Cuando queramos recuperar la fuerza vivificadora del enfurecimiento, el impulso civilizador del aplauso habrá llegado demasiado lejos. La matización del salvajismo de las emociones jubilosas se habrá pervertido hasta el punto de que los aplausos apócrifos superen, en proporción de ocho contra uno, los aplausos genuinos (también entonces habrá aplausos maquinales y no significativos —ojo—, los llamados ‘aplausos-foca’), como si por tratarse de una expresión al fin y al cabo ambidextra el aplauso estuviera destinado a la ambigüedad, a parecer un monstruo bifronte y escurridizo: la mano izquierda, enfadada y escéptica, limando sus diferencias con la mano derecha, complacida y entusiasta, en un mano a mano hasta el fin de los tiempos. Pero antes, en no más de un siglo, llegará el día en que ese movimiento, alguna vez irreprochable y sencillo, será respuesta más desconcertante que el silencio, pues ya nadie sabrá si un aplauso cualquiera tiene segundas intenciones”.

Quién lo sabe.