Ya como candidato presidencial del PAN y de los traidores del PRD, Ricardo Anaya Cortés empezó a caminar por tierras de Chihuahua. Entró por Ciudad Juárez, heroica por decreto y sufriente casi por naturaleza. Merece una breve reflexión el acontecimiento del encuentro fronterizo con sus seguidores, por una razón sencilla que se llama contraste:

Ahora, a diferencia de los años que arrancaron en 1983, 1986 y 1992, por sólo demarcar tres ciclos, no hay calles pletóricas de ciudadanos entusiastas. En este tiempo, el PAN se refugia en un local cerrado y lujoso. El PAN de entonces ya no existe. El sitio –las edificaciones Cibeles– se distingue por recordar a una diosa, pero el acto de ayer no emblematiza ni los valores ni los recursos destinados a la vieja deidad griega.

El tiempo del PAN juarense –vigoroso, combativo, presente en batallas memorables– ya no existe; su vida cívica colmó su ciclo hace tiempo, como bien lo demuestra su brutal caída electoral que mantiene el poder regional en manos de un grupo encabezado por un dizque independiente llamado Armando Cabada.

Escuché el discurso de Anaya por las redes, lo percibí con la calidades de la buena agua: inodoro, incoloro e insípido. No huele, no tiene color y no sabe a nada; no reconozco en sus palabras al PAN que fue al encuentro de los ciudadanos, abanderando un credo democrático del que por mucho tiempo careció la izquierda durante los años duros del autoritarismo priísta.

El discurso de Anaya se quizo revestir con el estilo de la parábola que tanto le ha servido al cristianismo, sobre todo el primitivo, el de más valor en mi concepto. No voy a repetir toda la parábola de un viejo sabio de pueblo y un joven viajante que lo visita en alguna parte de Querétaro. La enseñanza de la parábola nos dice que en este mundo estamos de paso.

En efecto, en el caso que me ocupa, Ricardo Anaya Cortés está de paso, lleva en su mochila sus ambiciones de poder, sus intrigas, sus traiciones, su corrupción, sus carencias de arrestos para presidir este país. Por lo pronto, a mi juicio, está de paso a su casa particular; cuando no, a ya sabes dónde.